Miles de libaneses pertenecientes a la clase media y de bajos ingresos engrosaron las filas de la pobreza como resultado del deterioro iniciado a finales de 2019 y que continúa por estos días.
El proceso de debacle es la culminación de décadas de corrupción, mala gobernanza y saqueo al erario de una clase política codiciosa que destruyó todos los sectores clave.
Solo en las últimas semanas, la libra libanesa perdió 25 por ciento de su valor respecto al dólar estadounidense, mientras la inflación y los precios de los productos básicos subieron en 80.
Los salarios de nueve de cada 10 libaneses no garantizan la canasta básica que sufrió ajustes al alza, tras la depreciación de la moneda nacional en casi 90 puntos porcentuales y los minoristas transfieren esa brecha a sus clientes.
Más de la mitad de la población vive ahora en la pobreza, según el Banco Mundial, y anuncia males mayores el estancamiento para nominar Gobierno del cual carece el país desde agosto de 2020.
Alia Moubayed, directora general de Jefferies, una empresa de servicios financieros, opina que la elite gobernante no está dispuesta a responsabilizarse con un gabinete que podría ser su propia muerte.
Esa alineación gubernamental debe aprobar una serie de reformas estructurales para allanar el camino de ayuda internacional prometida a condición de cambios en las reglas de juego de este país.
Basada en un sistema sectario confesional, la clase dominante consolidó su dominio mediante el clientelismo político, negocios turbios y un esquema de sobornos que se agotaron con el tiempo.
Un reflejo de la transformación de la nación de los cedros es evidente en la calle Hamra, una vez un famoso distrito comercial, conocido por sus boutiques, bulliciosos cafés y teatros.
Los cierres de negocios, centros y oficinas transformaron aquella imagen bulliciosa y de ajetreo, por otra en la que abunda la mendicidad.
Una mujer y su hijo ya ni extienden sus manos para pedir, pues colocaron en la acera un letrero que dice: ‘Todos somos mendigos’.
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