Así lo consideró el economista colombiano José Antonio Ocampo, quien fuera hasta mediados de 2007 secretario general adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales, además de secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) entre enero de 1998 y agosto de 2003.
Su experiencia le permite concluir que, con el colapso económico de 2020, un crecimiento limitado de 6,2 por ciento el pasado año y una desaceleración del 2,1 para 2022 según la Cepal, está claro que la región se encuentra en medio de otra década perdida de desarrollo.
De ser similar el 2023 a su antecesor, el incremento anual promedio para el período 2014-2023 sería de solo 0,7 por ciento, peor que la tasa de 1,4 por ciento que la región tuvo durante la década de los 80 del pasado siglo, calificada también de frustrada.
Desafortunadamente, afirma Ocampo, incluso la proyección más optimista es insuficiente para compensar la contracción que sufrió la economía latinoamericana en 2020, de -6,8 por ciento.
Tal panorama se traduce en un 2022 muy complejo: incertidumbre debido a la pandemia, fuerte desaceleración del crecimiento, baja inversión, productividad y lenta recuperación del empleo, persistencia de los efectos sociales provocados por la crisis, menor espacio fiscal, aumentos inflacionarios y desequilibrios financieros.
“La desaceleración esperada en la región en 2022, junto a los problemas estructurales de baja inversión y productividad, pobreza y desigualdad, requieren que reforzar el crecimiento sea un elemento central de las políticas, al tiempo que se atienden las presiones inflacionarias y riesgos macrofinancieros”, señaló Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal.
En lo social los efectos en la región han sido devastadores, datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) indicaron que el 2021 registró 30,1 millones de desocupados, en tanto para el presente sumarán 28,8 millones.
En tanto, cinco millones de personas más en el continente entraron a las filas de pobreza extrema en 2021, que ya alcanzó los 86 millones, mientras la tasa de pobreza general disminuyó levemente, del 33 al 32,1 por ciento de la población, situándose en 201 millones.
Según Ocampo, el impacto interno de la pandemia es mucho más significativo que los choques económicos internacionales experimentados por América Latina, de hecho pese a los problemas del transporte marítimo y las cadenas globales de valor, su comercio se recuperó mucho más rápido que tras la crisis de 2008-2009.
En general, las exportaciones latinoamericanas tuvieron un alza del 25 por ciento, aunque de forma asimétrica y heterogénea, gracias a un aumento en los volúmenes y las tendencias positivas en los precios de exportación, en particular las materias primas, y con la excepción del turismo que tuvo una recuperación muy incompleta.
Además, en contra de la expectativa de que la pandemia reduciría las remesas de los migrantes, estas aumentaron tanto en 2020 como en 2021, particularmente las provenientes de los radicados en Estados Unidos.
Pero la desaceleración de la mayoría de las principales economías y el aumento de la inflación en todo el mundo indican que las condiciones globales pueden ser menos positivas en los próximos meses.
La Reserva Federal de Estados Unidos anunció que subirá las tasas de interés y el Banco Central Europeo también endurecerá su política monetaria, y los precios de las materias primas, incluido el petróleo, parecen que alcanzan su punto máximo, aunque siguen altos.
Por ello, ante el débil crecimiento económico esperado, los gobiernos latinoamericanos deben evitar estrategias macroeconómicas contraccionistas, para centrarse en reformas estructurales y medidas que reduzcan la desigualdad a través del gasto social y sistemas tributarios más equitativos.
Asimismo, deberían fomentar políticas activas de desarrollo productivo y exportaciones, respaldadas por una mayor financiación para la ciencia y la tecnología.
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