La catástrofe se registró durante una fallida prueba a la central nuclear, que contaba con cuatro reactores construidos según el diseño soviético conocido como RBMK (en español, reactor de tipo canal de alta potencia).
El diseño de ese tipo de reactor ofrece la posibilidad de obtener gran potencia, garantiza la flexibilidad del ciclo del combustible y aumenta la disponibilidad de la central.
Sin embargo, estos factores traían consigo como desventajas que fuera susceptible a excursiones de potencia, situaciones en las que se dispara la reacción nuclear; una debilidad intrínseca que resultó clave en el accidente.
“La idea de la amenaza nuclear estaba vinculada a lo militar, pero en abril del 86 irrumpió la seguridad nuclear civil”, dijo a Telescopio el analista internacional argentino Alberto Hutschenreuter.
Dos décadas y media más tarde, se repetiría en la historia una catástrofe nuclear: el 11 de marzo de 2011, en Fukoshima, Japón.
Según una entrevista de la revista especializada U238 al experto en seguridad radiológica y nuclear Abel González, Fukushima fue una catástrofe combinada e inédita, en la que se juntaron un terremoto, que causó la muerte de casi 20 mil personas y, como consecuencia de ello, el accidente nuclear.
Además, González explicó por qué el factor psicológico de los ciudadanos fue el efecto más grave a nivel sanitario, y detalló cómo lo cultural influyó en la toma de decisiones.
“Por su peculiaridad, yo subrayaría una lección que también se percibió en Chernobyl y que provoca uno de los mayores impactos en la salud, que es el daño psicológico. Por ejemplo, si una persona está ligada al nombre Fukushima tiene, prácticamente, su vida arruinada”, apuntó.
La discriminación, porque se estuvo en el área del accidente, y la vergüenza, que en Japón es un tema muy serio, pues es un sentimiento terrible en términos sociales, son algunas de las consecuencias que detalló el especialista.
Con los años, los niveles de seguridad en los centrales de energía nuclear, generadores natos de electricidad, mejoraron, a la vez que la sociedad se propone un tránsito progresivo a la utilización de energías renovables.
En la actualidad, Europa enfrenta una profunda crisis energética con precios en alza, a raíz de las sanciones impuestas por la Unión Europea (UE) y aliados contra Rusia, uno de sus principales proveedores, en el contexto del conflicto con Ucrania.
Sobre el tema, el presidente ruso, Vladimir Putin, declaró que la política de contención y debilitamiento obedece a una estrategia occidental a largo plazo, y constató que las sanciones afectaron seriamente toda la economía mundial.
La UE importa el 90 por ciento del gas que necesita, y el 45 por ciento proviene de la nación euroasiática.
Otro de los antecedentes de la crisis energética es el cese de las operaciones de varias centrales nucleares, como la de Mühleberg, en Suiza, y de otras tres en Alemania.
Esas iniciativas responden a una política de rechazo a la energía atómica y de abogar solamente por “energías limpias” como la hidráulica o eólica, tránsito que debe ser progresivo, y cuando el desarrollo e inversiones en los sectores lo permita.
“El futuro energético de Suiza no está muy claro, porque la energía nuclear representa todavía el 40 por ciento de sus necesidades, y ahora la cuestión es cómo reemplazarla”, subrayó en 2019 Suzanne Thoma, consejera ejecutiva del operador eléctrico suizo BKW.
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