La aldea está bendecida por las montañas del este de la ciudad de Biblos que contrasta con el azul del mar Mediterráneo y el verde de la vegetación.
A más de 920 metros sobre el nivel del mar, la zona atesora fósiles de peces de mil 500 años lo que sugiere el nacimiento de la localidad tras la retirada de las aguas.
Como gigantes, los árboles de cedro captan la atención de todo visitante, ofrecen paz y tranquilidad.
La soledad abunda en la zona entre lunes y viernes, gran parte de las casas permanecen cerradas, los gatos y lobos transitan como únicos acompañantes de aquellos hijos arraigados.
En Hjoula solo dos hogares perduran en el tiempo como testigos de las huellas de la guerra civil libanesa (1975-1990) y la mezquita identifica a la comunidad chiita, en un Líbano multireligioso.
Sus flores, los picos de cada elevación, los cultivos tapados y la vegetación inspiran crónicas, reseñas y libros, pues como atestiguan colegas nada como la montaña mágica de Hjoula para las musas.
La modernidad comienza aflorar en las nuevas construcciones que nacen como hogar para el recreo familiar durante los fines de semana en la montaña.
Como tesoro natural, los manantiales resguardan el agua de la lluvia y los rezagos de la nieve para abrirse paso entre las rocas a lo largo de toda la colina.
La aldea se convierte hoy en un escenario amigable por el uso de energías limpias y, ante la incapacidad gubernamental de ofrecer electricidad a los montañeses, sus habitantes invierten en paneles solares.
Un gusano invasor amenaza con la belleza natural de los árboles en esta etapa de la primavera. El reclamo de sus pobladores intenta conservar la fertilidad de las cumbres montañosas y la reserva arqueológica de Hjoula.
car/yma