Cuando queda hoy una semana para la segunda vuelta electoral, esta fuerza política integrada por diversos partidos y movimientos, entre ellos Colombia Humana, el Partido Comunista Colombiano, el Polo Democrático, entre otros, encabeza las preferencias del electorado según la última encuesta de la firma Yanhaas.
Su fórmula presidencial, integrada por Gustavo Petro y Francia Márquez, alcanzó el 45 por ciento en la intención de votos, cifra con la cual superan por 10 puntos a Rodolfo Hernández, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción.
El estudio indica que Petro subió tres puntos en relación con el realizado al principio de este mes, cuando lo situaba con un 42 por ciento, mientras que Hernández bajó seis puntos, pues en la medición anterior alcanzó el 41 por ciento.
Aunque no es tarea fácil el triunfo dado que otros dos estudios de opinión dan un empate técnico entre los dos candidatos, lo cierto es que ese crecimiento de los sectores progresistas, alternativos y de izquierda en Colombia fue demostrado en los resultados de la primera ronda electoral del pasado domingo 29 de mayo, cuando Petro y Francia Márquez alcanzaron ocho millones 542 mil 20 sufragios, que representan el 40,34 por ciento de la votación.
Al mismo tiempo quedó confirmada la crisis en la cual se encuentran los sectores tradicionales de derecha, en particular el uribismo, cuyo candidato, Federico Gutiérrez, quedó relegado al tercer lugar de la elección, aunque ahora la apuesta de este movimiento afín a Álvaro Uribe, se inclina por Hernández.
Acerca de este escenario favorable para los sectores progresistas, el profesor del departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia y analista, Jairo Estrada, considera que los resultados de la primera vuelta «confirman un proceso de maduración de la tendencia a la crisis de la dominación de clase».
En tal sentido señala en un artículo publicado en su Revista Izquierda, varios procesos confluyentes e interrelacionados que comprenden, entre otros, los acumulados históricos de resistencia y movilización social y popular, continuos y persistentes pese a violenta represión estatal.
Agrega a este escenario los efectos políticos y culturales del Acuerdo de Paz firmado en 2016 que, además de contribuir a la mayor politización de amplios sectores de la sociedad colombiana, habilitaron nuevas condiciones para las luchas.
Estrada añade también como una de las simientes de esta tendencia a la crisis de las clases dominantes, el paro del 28 de abril de 2021 y la rebelión social de los meses subsiguientes, con alcances antisistémicos y de interpelación profunda el orden social vigente.
«El pérfido e infame gobierno de Iván Duque, sustentado en una coalición de los partidos de la derecha colombiana, liderada por el partido uribista de la derecha extrema, el Centro Democrático, que ha contado con el apoyo de los grandes poderes económicos y la tutela permanente de los Estados Unidos», es otro detonador.
También considera como uno los motores impulsores de este contexto, los impactos económicos y sociales del proceso de neoliberalización durante las últimas décadas, que han producido la destrucción del aparato productivo, precarización de la vida de la población y convertido a Colombia en una de las sociedades más desiguales del mundo.
Puntualiza que la coyuntura de la macroeconomía, con presiones inflacionarias en ascenso, un déficit fiscal de 7,1 por ciento del PIB, un déficit en la balanza comercial del cinco por ciento del PIB, un nivel de deuda pública equivalente al 69 por ciento del PIB, contribuyen a este panorama en el país.
A esto se suma una tasa de desocupación de 11,2 por ciento, entre otros indicadores, a lo cual se agrega la pobreza de 21 millones de personas y la pobreza extrema de 7,4 millones.
«Todo ello (…) ha producido un nuevo ‘estado de ánimo’ y de hartazgo social frente a la indolencia y la ignominia de quienes han gobernado a sus anchas el país con la lógica de un régimen hacendatario en extremo violento», puntualiza.
Asegura que tal modo de gobernar ha generando una marcada tendencia a la crisis del régimen de dominación de clase que puede también comprenderse en términos de tendencia a una crisis de hegemonía si se consideran además sus alcances culturales, subraya el académico.
Esa meta a la que se aspira alcanzar por la vía de las elecciones «se trata de legítimas aspiraciones por transformar las condiciones de existencia, incluso en la cotidianidad», asevera.
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