Pese a amenazas y hasta ataques a investigadores, institutos y consultoras acreditadas dedicadas a sondeos electivos coinciden en sus estadísticas.
La legislación brasileña consiente la circulación de este tipo de indagación, incluso el 2 de octubre, día del histórico sufragio.
Por ejemplo, convergen en sus resultados los institutos Datafolha, Inteligencia en Pesquisa y Consultoría Estratégica (IPEC), de Pesquisas Sociales, Políticas y Económicas (Ipespe) y Quaest que proyectan a Lula con 44 a 47 por ciento de las intenciones de voto, mientras que Bolsonaro oscila de 31 a 35.
Ante los irrefutables datos quedan descartados, para colocarse la banda presidencial en enero en el Palacio del Planalto (sede del Poder Ejecutivo), los candidatos de la llamada tercera vía y los otros que, aunque sumen en conjunto sus porcentajes, no se acercan a los dos favoritos.
Estudiosos explican que esa tercera vía, que procura quebrar la polarización, reconcilia posturas económicas tradicionalmente asociadas a la derecha y a la izquierda, y adopta políticas económicas ortodoxas y sociales progresistas.
Sin embargo, tal esperada senda no cuajó en los últimos meses por las visibles diferencias entre los partidos y al final la tardanza para designar a un candidato de común acuerdo.
Por el abanderado se tentó desde aquellas monsergas electorales del cuestionado exjuez Sérgio Moro, después emergió Joao Doria, exgobernador de Sao Paulo, y se llegó finalmente al exministro Ciro Gomes y a la senadora Simone Tebet.
Los dos primeros abandonaron la carrera por el poder. Gomes, pretendiente del Partido Democrático Trabalhista, fluctúa en las encuestas con favoritismo de cinco a siete por ciento; Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño, suspira apenas con dos.
Analistas aseguran que un candidato de tercera vía tuvo mucho que ver con «ardores de partidos» y no con el deseo mayoritario del elector brasileño, convencido de que solo el extornero mecánico o el exmilitar son los llamados a presidir este gigante suramericano por los venideros cuatro años.
Los mismos comentaristas aseguran que el casi anulado postulante y sus partidarios solo se vuelven importantes por su voto útil.
Es decir, aquel que agracia un elector, el cual no tenía a determinado candidato como primera opción, pero lo favorece para dar punto final a la consulta sin necesidad de una segunda ronda.
De ahí la insistencia de las campañas de Lula, aspirante del Partido de los Trabajadores, y Bolsonaro, quien ambiciona reelegirse por el Partido Liberal, de atraer los votos de los indecisos o de aquellas personas que declararon su preferencia por otros abanderados.
Todo con el marcado objetivo de «definir en primera vuelta» la victoria presidencial en las urnas. Si ningún candidato obtiene más del 50 por ciento de los votos, habrá un segundo turno el 30 de octubre.
Para prescindir de esa posibilidad, el exlíder sindical llamó este domingo en un acto en Río de Janeiro a «intentar convencer al mayor número de personas posibles para ir a votar».
Insistió en que «tenemos que conversar con los millones que están indecisos y los que piensan abstenerse».
Anteriormente en una red social, Lula escribió: «no tengo porque tener vergüenza de intentar ganar en la primera vuelta. ¿Si el que tiene el cinco (de la intención de voto en los sondeos) sueña en alcanzar el 40 por ciento, por qué quien tiene más del 40 por ciento no puede soñar en tener otro poquito y ganar en la primera vuelta?», se preguntó.
En similar arista, Bolsonaro volvió a repetir que ganará en la primera ronda durante un discurso a partidarios tan pronto como llegó a Londres, en la mañana del 18 de septiembre para asistir al funeral de la reina Isabel II.
«Ese es el sentimiento de la gran mayoría del pueblo brasileño… No hay manera de que no ganemos en la primera ronda», repitió el excapitán del Ejército, enérgicamente criticado por abuso del poder económico y político, y usar el cargo para promover su acción proselitista.
Más de 156 millones de electores están aptos para votar el venidero domingo, cuando los brasileños comenzarán a elegir al próximo presidente de la República, además de los futuros gobernadores, senadores y diputados federales, estaduales y distritales.
A solo siete días de la justa comicial y en la recta final de una convulsa campaña electiva, Brasil transita hacia el auténtico poder: el voto.
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