A los 77 años, pero con la energía de 30 como siempre certifica, Lula mantiene su condición de figura más importante de la izquierda brasileña, pese a que enfrentó una persecución jurídica y política sin precedentes, al ser condenado injustamente por supuestos actos de corrupción.
Por sexta ocasión, el extornero mecánico contendió en unas votaciones. Lo hizo en 1989, 1994 y 1998, y solo ganó en 2002, 2006 y ahora en 2022.
Cuando dejó la jefatura ejecutiva en 2010 quedó cincelado en la historia como el mejor presidente de Brasil y una acreditada marca de aprobación (87 por ciento).
Extirpó del Mapa del Hambre a la endemia inherente a la vida de su pueblo y, durante su gestión, unos 30 millones de compatriotas salieron de la pobreza, según datos oficiales.
Antes de poder regresar a la carrera por el poder, el maniobrado accionar de la desactivada operación judicial Lava Jato, encabezada por el otrora coordinador Deltan Dallagnol y el exjuez Sérgio Moro, resultó suficiente para apartar a Lula de las elecciones de 2018.
Lo anterior pavimentó el camino para el triunfo del mandatario de tendencia ultraderechista Jair Bolsonaro.
Desde el final de su prisión política de 580 días (7 de abril de 2018 al 8 de noviembre de 2019), el exjefe de Estado estuvo más de 20 veces en juzgados y puso al desnudo la lawfare (guerra jurídica) de la que resultó albo.
El popular político sufrió una avalancha de imputaciones en los tribunales, pero mostró más tarde la verdad libre de culpas y su inigualable pureza moral.
Luego que el Supremo confirmara el 23 de junio de 2021 que Moro actuó en casos judiciales con iniquidad, la defensa de Lula indicó que el dictamen era «una victoria del derecho» y el restablecimiento del debido proceso legal y «de la credibilidad del Poder Judicial en Brasil».
El pasado año, la Corte Suprema derogó sus condenas y Lula recobró su elegibilidad, así como registró 26 impresionantes victorias judiciales en ese tribunal.
Después que fue redimido, el exsindicalista mantuvo por un tiempo en suspenso su candidatura, pero al colocarse en el ruedo rumbo a Planalto, como aspirante presidencial del Partido de los Trabajadores, puso en modo alianza su campaña electiva.
Buscó entonces construir un frente amplio progresista con actores de la tendencia centro para, unidos, cumplir el objetivo común de derrotar a Bolsonaro y al poder conservador imperante desde hace cuatro calendarios.
«No hay mayor fuerza que la esperanza de un pueblo que sabe que puede volver a ser feliz», aseguró en la paulista sala Expo Center Norte, donde presentó el movimiento Vamos Juntos por Brasil, que reúne a partidos políticos y a movimientos sindicales y sociales.
Cuando sonó el disparo de arrancada de la campaña electoral en agosto, una avalancha de ataques de bolsonaristas (adeptos del exuniformado), desinformación y fake news (noticias falsas) enfilaron hacia Lula, quien reconoció que «casi fui enterrado vivo», al discursar en una abarrotada Avenida Paulista (Sao Paulo) tras el triunfo de este domingo en las urnas.
«Pensaban que me habían matado, pensaban que habían acabado con mi vida política, me destruyeron contando mentiras sobre mí y gracias a Dios estoy firme y fuerte, y amando otra vez», dijo con voz casi apagada ante una multitud que coreaba Lula volvió.
En la primera vuelta de consulta del 2 de octubre, Lula ganó con 48,43 por ciento de los votos válidos, mientras que el exparacaidista, quien codiciaba reelegirse por el Partido Liberal, tuvo 43,20 por ciento.
Como ninguno de los políticos logró en ese primer pleito la mayoría absoluta de votos, es decir, más de la mitad de válidos (excluidos blancos y nulos), como establece la legislación para ser electo, disputaron el balotaje.
De manera muy cerrada, el hijo de la clase obrera volvió a ganar este 30 de agosto la segunda ronda con un 50,90 por ciento frente al 49,10 del exoficial, quien durante cuatro años encabezó un gobierno corroído por crisis de todo tipo, corrupción, agresiones, violencia política y muchos discursos de odio.
Analistas políticos consideran que la pugna Lula-Bolsonaro pudo ser la batalla inconclusa de las justas comiciales de 2018 y el nuevo reto del obrero mandatario electo sería curar los enquistados males de la democracia brasileña con más democracia.
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