Por Jorge López Rodríguez*
Ese 3 de febrero, para los norteamericanos, la música murió junto con ellos, como escribió el cantautor Don McLean en 1971 en su famosa canción American Pie.
“Los tres hombres que yo más admiraba/ el padre, el hijo y el espíritu santo/ tomaron el último tren a la costa y nunca regresaron/ el día que la música murió”.
Los artistas eran Buddy Holly, The Big Bopper y Ritchie Valens, tres nacientes figuras del rock de su país.
Desde joven Holly tocaba country en su natal Lubbock, Texas, con su nombre real de Charles Harding Holley, pero se enamoró del Rock & Roll al ver actuar en vivo a Elvis Presley, al que imitó en sus inicios.
Pero muy pronto con sus grandes gafas de pasta, saco y corbata, logró un estilo propio muy diferente del ídolo de Tupelo.
Sus canciones, además del habitual ritmo frenético, tenían coros con melodías cortas y pegajosas e importantes innovaciones guitarrísticas.
Estas influyeron en músicos como The Rolling Stones, Bob Dylan, Bruce Springsteen o The Beatles, cuyo nombre en inglés era también una referencia a The Crickets (los grillos) de Holly.
“… Al menos las primeras cuarenta canciones de los Beatles fueron escritas bajo la influencia de Holly”, según Paul McCartney.
El formato base de los grupos de rock con dos guitarras, batería y bajo, junto a la experimentación con instrumentos como los tambores, se extendió a partir del ejemplo de Buddy Holly & The Crickets.
The Big Bopper, realmente Jiles Perry Richardson, fue un promotor musical tejano que se hizo famoso por poner música en una radio local durante seis días sin parar.
Escribió pocas canciones que ganaron el reconocimiento de público y colegas. Sin embargo, la versión en cine de su canción Chantilly Lace es considerada el primer clip musical. Al morir tenía 28 años.
Richard Stevens Valenzuela aprendió a tocar guitarra con su padre, amante del flamenco y el blues. Pronto se decantó por el rock, que empezaba a hacer furor entre los jóvenes de su natal California.
Bob Keane, dueño de la compañía Del-Fi Records, lo descubrió en mayo de 1958, grabó sus primeros números y le cambió el nombre a Ritchie Valens. El 27 de diciembre del mismo año hizo su debut en televisión.
Su carrera profesional duró apenas ocho meses, pero sus canciones influyeron en toda una generación de músicos latinos. Su versión de “La Bamba”, en español y a ritmo de rock’n’roll, puso a bailar a los Estados Unidos y es, todavía hoy, uno de los grandes éxitos de la música latina en ese país.
Ellos crearon nuevas maneras de hacer justo cuando Elvis, principal ídolo musical nacional, hacía el servicio militar en Alemania; Jerry Lee Lewis, un pianista salvaje y genial, era repudiado por todos al casarse con una prima de trece años; Chuck Berry iba a la cárcel y Little Richard dejaba el piano para predicar la Biblia.
Las muertes de Holly, Valens y el Big Bopper todavía resuenan porque ocurrieron en un momento en que el R & R atravesaba una transición, convirtiendo los viejos ritmos sureños en algo nuevo al vincularse con las influencias inglesas.
Cada 3 de febrero, músicos y amantes del rock alrededor del mundo han rendido homenaje a estos innovadores que murieron en plena actividad creativa, dejando un punto de partida y un camino para los nuevos destinos de la música rock y pop.
*Periodista, Redacción Digital Prensa Latina
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