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Alemania y el horror de los campos de concentración

La Habana (Prensa Latina) El 21 de marzo de 1933 quedó en los anales como uno de los grandes horrores de la humanidad, la instalación por la Alemania nazi del primer campo de concentración de la historia, el de Dachau.

Por Julio Morejón Tartabull

Colaborador de Prensa Latina

A ese hecho, los seudocientíficos hitlerianos en plena Segunda Guerra Mundial, agregaron experimentos con seres humanos discapacitados en la búsqueda de la presunta superioridad germánica, aria y blanca.

Acciones como esas aun siguen vivas con el resurgimiento de grupos de ideología fascista y hay Estados que, bajo subterfugios legales, protegen a tales individuos a los cuales usan para riesgo de los seres humanos, contra la paz y la seguridad mundial.

Revivir esa mentalidad desnaturaliza la condición humana en el intento de seguir postulados emitidos por el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) sobre la existencia de un supuesto superhombre.

Testimonios de sobrevivientes, actas del Proceso de Nuremberg y del Juicio de los Doctores -también realizado en esa ciudad germana- documentan cómo el nazismo sacrificó a centenares de miles de personas con deficiencias físicas y psicológicas, tras identificarlos como “vidas inútiles” o “conchas vacías”.

Alemania inauguró así el capítulo de eliminar en forma selectiva y luego masiva con el pretexto de conceptos relativos a seres humanos desvalorados por sus imperfecciones biológicas y/o mentales.

Se calcula que de 1940 a 1945, los nazis asesinaron de 200 mil a 300 mil discapacitados, muchos de ellos niños, con el objetivo de estudiar las enfermedades neurológicas. También hubo otros planes de exterminio como el de Acción T-4.

“El programa T-4 se convirtió en modelo para el genocidio de judíos, romaníes (gitanos) y otros grupos en campos equipados con cámaras de gas instalados de 1941 a 1942”, apunta el sitio encyclopedia.ushmm.org

De 70 mil a 100 mil discapacitados alemanes fueron masacrados de 1939 a 1941; a los familiares les notificaban el fallecimiento por “causas naturales” y se les enviaba un fondo para sufragar los gastos por cuidar al desvalido.

La guerra, afirmó Adolf Hitler, «es el mejor momento para eliminar a los enfermos incurables» y para lograrlo el Tercer Reich movilizó a toda su maquinaria propagandística, así como bendijo la criminalidad y a los ejecutores.

Fue un quehacer amparado por leyes, reglamentos y disposiciones que rectoraban la actividad científica, con incluso aprobación institucional como fue el respaldo de la Asociación Médica Alemana.

Tras diagnosticarlos, los pacientes morían en cámaras de gas diseminadas en campos de concentración en Alemania y Austria, mientras que a bebés y niños pequeños se les inoculaban dosis letales de drogas o les dejaban fallecer por inanición.

A la vez, “se estableció oficialmente una doctrina de higiene racial mediante las Leyes de Nuremberg para restringir matrimonios con gente señalada como perteneciente a razas inferiores”, cita monografía.com.

En definitiva –pensamiento y acción- formaban parte de una tesis única destinada a la depuración racial, con la eliminación de sectores vulnerables.

Para estudiosos, el camino de la purificación y el perfeccionamiento de la sociedad germana tomaban como fuente conceptos de supremacía, reinterpretados a partir de filósofos como Nietzsche.

Este último fue tajante en su obra Así habló Zaratustra: “El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre, una cuerda sobre un abismo”. La idea de superioridad rechaza la inferioridad biológica, un recurso utilizado por los nazis para crear una supuesta raza superior.

El enfoque identificado como darwinismo social o la supervivencia del más fuerte en su adaptación a la sociedad, supone el empleo de la violencia para aplastar al más débil, de acuerdo con las tesis de Nietzsche.

Así el Übermensch (superdotado) constituyó un instrumento ideológico del sistema hitleriano que aplicó planes homicidas contra ciudadanos con deformaciones motoras o psíquicas.

Con la contienda bélica avanzó el contrapunteo entre el perfecto ejemplar y el desechable, una clasificación que devino argumento para el exterminio masivo y sistemático.

COBAYAS

En 1943, la doctrina del genocidio respaldaba a cuerpos represivos con miles de individuos en sus ramas, una de ellas, el personal de servicio en campos de concentración, responsable de múltiples crímenes de guerra y de lesa humanidad.

Durante la contienda ocurría un homicidio dentro de otro. Heinrich Luitpold Himmler, jefe de la policía nazi, afirmaba que: “No existe demostración más deforme que lisiados, medio judíos, hombres inferiores desde el punto de vista racial”, a quienes había que aniquilar.

Cada acción se sustentada en el mito de la superioridad germana, un principio criminal de exaltación de la exclusividad racial aria y la necesidad del Tercer Reich de eliminar a todo inadaptado al nuevo orden socioeconómico.

Unido a las víctimas por defectos físicos y mentales, de igual manera estuvieron condenados seres humanos convertidos en cobayas o animales de laboratorio para experimentar “en vivo”.

Desde el campo de concentración de Buchenwald, que encerraba a unos siete mil gitanos, a grupos de ellos se les trasladó a otros lugares para estudiar su resistencia al agua de mar, a fin de lograr la supervivencia de aviadores que fueran abatidos.

“El doctor Hans Eppinger Jr. buscaba una fórmula para que los pilotos de la Luftwaffe, cuyas naves resultaran derribadas en el océano, pudiesen sobrevivir”, conforme declaró Josef Laubinger, en su testimonio durante el llamado Juicio de los médicos en 1947.

Laubinger precisó que el experimento no sirvió, pero causó grandes sufrimientos a las víctimas. El fin era comprobar la gravedad de los síntomas o si morirían en un período de seis a 12 días, según un artículo de Henrique Mariño.

arc/to/mt

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