Las cifras oficiales ofrecidas a la prensa por el panameño Servicio Nacional de Migración señaló que se cuadruplicaron los arribos con relación a similar período anterior, y cifra escaló rápidamente cada mes desde enero hasta abril pasado, el 76 por ciento de ellos procedentes de las Antillas, principalmente de Haití.
De América del Sur, África, Asia, Europa y América Central, también proceden otros de quienes se aventuran a cruzar una de las junglas más peligrosas del mundo, en la cual un número indeterminado de migrantes pierden la vida cada año.
Llama la atención que el 16 por ciento de estos irregulares son menores de edad, situación advertida por la oficina regional para América Latina y el Caribe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), que reveló un incremento notable en el tránsito de niños, niñas y adolescentes en el cuatrienio.
‘He visto a mujeres salir de la selva con sus bebés en brazos después de caminar durante más de siete días sin agua, comida o cualquier tipo de protección’, afirmó en marzo pasado la directora regional de Unicef, Jean Gough, quien aseguró que estas familias ponen sus vidas en peligro, sin darse cuenta de ello.
‘Aquellos que consiguen finalmente cruzar esta peligrosa frontera están física y mentalmente devastados. Sus necesidades humanitarias son inmediatas e inmensas. Al mismo tiempo, no debemos olvidar la dura situación de las comunidades a las que llegan, que se encuentran abrumadas y muchas veces no cuentan con los servicios básicos’, acotó.
Recientemente la alta funcionaria visitó Bajo Chiquito, una aldea indígena de apenas 400 habitantes, ubicada en la zona fronteriza con Colombia, punto de llegada de familias, muchas de las cuales huyen de la violencia y la pobreza en busca de mejores oportunidades.
Cifras oficiales del organismo internacional revelaron que en los últimos cuatro años, más de 46 mil 500 personas transitaron la inhóspita jungla, de ellos, seis mil 240 eran niños y adolescentes, flujo que no se detuvo pese a las restricciones de movilidad y el cierre de fronteras para frenar la Covid-19.
El Darién tiene 575 mil hectáreas de extensión que comparten Colombia y Panamá, y está considerado como una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo debido al terreno montañoso, la fauna e insectos que en él habita, los ríos caudalosos difíciles de vadear y la presencia de organizaciones criminales que abusan de los caminantes.
Centroamérica alista un protocolo para facilitar el tránsito al actual creciente flujo migratorio en su viaje a Estados Unidos, dijeron a la prensa funcionarios de la Organización Internacional para las Migraciones, quienes advirtieron que el incremento es estacional y responde a la estación seca regional a punto de concluir.
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