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ESCÁNER: Magnicidios en México, una epidemia (II parte y final) (+Fotos +Info +Videos)

Ciudad de México (Prensa Latina) Posiblemente el magnicidio más cruel e inhumano, y al mismo tiempo dramático, fue el del destacado periodista y político Ricardo Flores Magón, reconocido con toda justicia como precursor de la Revolución Mexicana junto a sus hermanos Enrique y Jesús.
Por:
Luis Manuel Arce Isaac

Corresponsal jefe en México

Fue el prócer del periodismo mexicano y un profesional inclaudicable ante la tiranía de Porfirio Díaz y el injerencismo de Estados Unidos.

El gobierno de Washington le hizo imposible su residencia en ese país, que duró alrededor de 20 años, 13 de los cuales transcurrieron en prisión, donde lo dejaron morir de numerosas enfermedades que nunca trataron ni reconocieron, como diabetes, reumatismo, tuberculosis, cataratas y un estado de ceguera parcial.

Murió solo, sin asistencia médica pues se la negaron sistemáticamente para que falleciera en sufrimiento en el inmundo camastro invadido de pulgas de su celda en la cárcel de Leavenworth en Kansas City, el 21 de noviembre de 1922.

Su pluma escribía con fuego palabras premonitorias que, un siglo después de su asesinato, no pierden vigencia, y por eso es reconocido como precursor de la Revolución. Hace más de 110 años, el 30 de octubre de 1910, escribió:

“La humanidad se encuentra en estos momentos en uno de esos períodos que se llaman de transición, esto es, el momento histórico en que las sociedades humanas hacen esfuerzos para transformar el medio político y social en que han vivido, por otro que esté en mejor acuerdo con el modo de pensar de la época y satisfaga un poco más las aspiraciones generales de la masa humana”.

PANCHO VILLA

El legendario general Francisco “Pancho” Villa (José Doroteo Arango, su nombre real)  fue asesinado el 20 de julio de 1923 en la ciudad de Parral, estado de Chihuahua, tiroteado dentro de su auto en el que viajaban también su secretario y sus guardaespaldas, en el cruce de las calles Benito Juárez y Gabino Barreda.

Evidentemente fue un complot pues los sicarios salieron tranquilamente de una casa de Parral desde la cual lo ametrallaron, sin aparentar temor de persecución alguna. No hubo dudas de que el propio gobierno mexicano organizó el asesinato dirigido por Plutarco Elías Calles, secretario de Gobernación y presunto heredero de la presidencia.

Hasta el encargado de negocios de la embajada norteamericana, George Summerlin, escribió que “el general Calles tenía en ese entonces todos los incentivos tradicionales para un asesinato político…”.

Un documento que revela claramente que altos funcionarios del gobierno de Álvaro Obregón por lo menos sabían del plan para asesinar a Villa y no hicieron nada para impedir su realización, es una carta enviada por Salas Barraza al general Joaquín Amaro el 7 de julio, 13 días antes del asesinato de Villa.

El hombre, pensando que en su condición de diputado tendría inmunidad, asumió la autoría del crimen, pero luego trató de evadirse cuando ya no le era posible hacerlo y fue sentenciado a 20 años, de los cuales cumplió poco tiempo.

Villa no fue decapitado en su muerte como algunos creen. Resultó enterrado completo en el Panteón de Dolores, ubicado en Parra, Chihuahua. En una noche de febrero de 1926, tres años después de su asesinato, desconocidos extrajeron de su tumba el cadáver baleado, deprendieron la calavera y se la llevaron. Nunca se identificó a los autores.

Actualmente sus restos están en uno de los cinco mausoleos del Monumento a la Revolución, en Ciudad de México. Son ellos Pancho Villa, Madero, Carranza, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas.

Con la única excepción de Cárdenas, los cuatro tuvieron una relación azarosa, de enemistad y traiciones, a pesar de ser revolucionarios. Carranza, acusado de organizar el asesinato de Zapata, y él mismo mandado a matar por Obregón (aunque allí no está enterrado), quien, a su vez, fue acusado del homicidio de Villa, y asesinado por Plutarco.

OBREGÓN

El último magnicidio ocurrido en México en aquella época fue el del presidente general Álvaro Obregón, en un lugar del sur de la Ciudad de México conocido por La Bombilla en la barriada de San Ángel. Había sido electo para un segundo mandato hasta 1932 pero el 17 de julio de 1928 presuntamente lo asesinó de seis disparos José de León Toral.

Dos décadas después se comprobó que la versión oficial, de que León Toral actuó en solitario fue desmentida en un reportaje publicado en el diario Excélsior sobre los resultados de la autopsia. El cuerpo presentaba orificios de bala de diferentes calibres, lo que hace suponer que se utilizó más de un arma y a más personas para asesinarlo.

Obregón murió en un momento de contradicciones, enfrentamientos políticos u presuntas transformaciones políticas, económicas, sociales y religiosas que dieron lugar a la guerra de los cristeros. Las políticas antieclesiásticas del gobierno de México abrevaron a que el descontento social se hiciera mayor.

Fue Obregón un duro combatiente maderista desde joven, perdió su brazo derecho en combate y resultó un político inteligente que contribuyó a la caída del gobierno del general traidor Victoriano Huerta.

Al mismo tiempo fue enemigo de Pancho Villa e incluso derrotó a su famosa División del Norte. El 1 de diciembre de 1920 asumió la presidencia de México y la iba a ocupar por segunda vez en 1928, cuando ya se había retirado de la política y regresó a ella para morir.

COLOSIO MURRIETA

El asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato a Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ocurrido el miércoles 23 de marzo de 1994, es el último magnicidio perpetrado en México.

Su muerte se le atribuye al propio PRI por el enrarecido ambiente político en el que sucedió, además de los errores, omisiones y desatinos exprofeso que se cometieron en el curso de la investigación.

Todo hace indicar que se trató de un complot orquestado y dirigido por el entonces presidente de México Carlos Salinas de Gortari, a través de su jefe de asesores, José María Córdoba Montoya.

En el 2000 el último fiscal del caso, Luis Raúl González Pérez, estableció que no existían evidencias sólidas para señalar a nadie más que Mario Aburto Martínez como único autor intelectual y ejecutor del crimen, y cerró el caso, aunque el actual gobierno lo reabrió el año pasado sin mucha estridencia.

Colosio obtuvo la candidatura presidencial a dedo como acostumbraba el PRI pues era visto automáticamente como el sucesor de Salinas, como Ernesto Zedillo su coordinador de campaña electoral para sustituirlo en el próximo sexenio.

El domingo 6 de marzo de 1994, Colosio pronunció un discurso muy explosivo en un acto masivo en el Monumento a la Revolución, que muchos analistas consideraron el detonante de su desgracia pues se interpretó como una ruptura con Salinas de Gortari y allí selló su sentencia de muerte.

Su pieza oratoria se inspiró en el histórico discurso de Martin Luther King  “Yo tengo un sueño”, y aunque ideológicamente no se alejó de las tesis del liberalismo social del salinismo, enfatizó en los valores simulados del PRI como democracia y reforma política.

La tesis fue distanciar el partido del gobierno mediante límites constitucionales al presidencialismo, dándole más facultades al Congreso.

Fue una bomba pues se interpretaba como una reforma profunda al sistema político. Era un rompimiento de Colosio con el régimen que lo había encumbrado, algo muy opuesto al salinismo. ​

Su prédica en ese discurso, recogida en un filme sobre el asesinato, aún suena en los oídos internos del PRI. Él dijo: “Veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”.

También: “La violencia no puede ser ni método ni fin”. “Provengo de la cultura del esfuerzo y no del privilegio”. “La más grande de las injusticias es la carencia de oportunidades”.

Fueron palabras muy fuertes para la mentalidad de quienes empezaban ya con el neoliberalismo y la entrega de México al capital privado internacional, y lo asesinaron para darle paso a Ernesto Zedillo (1994-2000), el continuador del sistema corrupto impuesto por Salinas de Gortari (1988-1994).

Con Colosio sucedió lo mismo que con Obregón. La conspiración triunfó y la verdad quedó sepultada entre las ruinas del PRI para que los autores intelectuales del magnicidio nunca salieran a flote. Y, a partir de allí, con el sexenio de Zedillo, empezó a perder fuelle en la vida política del país y se fue desvaneciendo como algodón de azúcar.

Perdió la silla presidencial con su enemigo histórico el Partido Acción Nacional, ahora increíblemente aliado estratégico, y cuando la recuperó con Enrique Peña Nieto (2012-2018) estaba tan carcomida por la corrupción, que se acabó de derrumbar para ellos.

arb/lma

Colaboraron en este trabajo:

Amelia Roque Editora Especiales Prensa Latina
Deisy Francis Deisy Francis Mexidor Jefa Redacción Norteamérica
Ivette Fernández Ivette Fernandez Redacción Norteamérica
Laura Esquivel Editora Web Prensa Latina
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