El secretario de Estado Anthony Blinken, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen y hasta Jill, la esposa del presidente, Joe Biden, aparecen entre los pesos pesados despachados por el Gobierno estadounidense al continente, hasta ayer olvidado y de pronto inserto en la agenda prioritaria del Potomac.
La peregrinación de la señora Harris durará tres días durante los cuales además de Ghana, visitará Tanzania y Zambia, sobre los ecos aún audibles de la promesa del canciller Blinken de distribuir 150 millones de dólares sobre algunos países del continente.
Obvio es que la ofrenda no es gratuita: la reciprocidad esperada es que África marque distancia en sus nexos con China y Rusia, dos potencias mundiales con larga historia de cooperación con el continente en ámbitos que van desde la educación, hasta la defensa y, último pero no menos importante, la diplomacia.
Los elaboradores de política exterior estadounidenses cuentan con que la señora Harris es mestiza de madre nacida en la India y padre jamaicano, ambos asimilados, en lo que cabe, al sistema de la Unión, factor que consideran un punto a su favor.
De ahí que la agenda vicepresidencial esté centrada en la juventud, en particular los menores de 20 años en la confianza de que carecen de las vivencias de sus mayores, los que conocen a fondo el apoyo norteamericano a las exmetrópolis europeas y, peor aún, al apartheid sudafricano.
En su programa en Ghana están incluidos un discurso y “varios contactos con la juventud africana emergente”, reveló un funcionario de prensa allegado a la Casa Blanca.
La agenda incluye contactos con la presidenta tanzana, Samia Suluhu, primera mujer mandataria en ese país y, en Zambia, con empresarios y la seguridad alimentaria, este último vital en un continente donde varios países están abocados a hambrunas, ninguno de los cuales aparece en el programa de escalas. Para los africanos, al tanto de la prisa de la Casa Blanca, resulta obvio que el presente contexto global, verbigracia el conflicto ucraniano, favorece extraer al gobierno estadounidense los recursos que ha negado al continente hasta no hace mucho.
En este sentido vale recordar que el anterior ocupante de la mansión ejecutiva, Donal Trump, calificó a los Estados africanos de “países pocilga” (o «de mierda», depende del traductor) y, no satisfecho, cesanteó al entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, de recorrido por África para enmendar el insulto presidencial.
Desde entonces y hasta hace pocas semanas, cuenta habida el dogma de la continuidad de la política exterior estadounidense, Washington no mostró interés por África, ahora inmersa en un giro de 180 grados.
Con esos antecedentes es razonable suponer que para los anfitriones africanos, la ofensiva de encanto de la vicepresidenta Harris y quienes la antecedieron en empeños semejantes, debe haber fruncido algunos ceños, a menos que padezcan amnesia selectiva.
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