La década de 1960 fue turbulenta con el logro de gran parte de la independencia africana, pero en diversos casos esos actos de justicia histórica y del proceso de descolonización que sobrevenía se mancharon de sangre poco antes de acceder a la liberación nacional.
Un lugar en la galería de los más insignes luchadores por la liberación continental y el panafricanismo lo ocupa sin dudas Patrice Emery Lumumba (1925-1961), quien desde la base de la sociedad congoleña colonizada por Bélgica puso en primer plano las ansias de dignidad del pueblo.
Su disposición a cambiar el orden de vida lo expresó en su discurso de 30 de junio de 1960, el Día de la Independencia del Congo-Léopoldville (actual República Democrática del Congo), cuando rechazó las alegaciones del rey belga que encubrían la realidad de la explotación extranjera del país, considerado uno de los más ricos de África pero también entre los más saqueados.
La posición política del primer ministro le enfrentó con las exmetrópolis occidentales y significativamente con Estados Unidos, cuyos servicios de espionaje -en contubernio con el ala reaccionaria del poder belga- conspiraban para excluirlo del recién ganado poder.
El intento de construir un futuro distinto para un país sometido a tensiones tanto por el contexto de la llamada Guerra Fría como por disputas tribales, y las tendencias secesionistas surgidas a la sombra del colonialismo, junto con los intereses económicos extranjeros, se complotaban para revertir cualquier avance ideopolítico.
El gobierno de Lumumba (junio de 1960-enero de 1961) fue una esperanza para los congoleños, que luego sufrieron las consecuencias del declive y el ascenso al poder de Joseph Desiré Mobutu (Mobutu Sese Seko), quien con Moisés Tshombe y Joseph Kasavubu articularon una trilogía magnicida.
En condiciones de secuestro y con conocimiento de la Fuerza de Paz de la ONU en Kinshasa, la capital, el líder y dos de sus ayudantes -Maurice M’Polo y Robert Okito- fueron apresados por tropas de Mobutu y enviados a Katanga, donde el separatista Tshombe con sicarios belgas y agentes de la CIA estadounidense les asesinaron.
RWAGASORE, EL PRÍNCIPE
Burundi resultó ser un caso paradigmático en el intento de violentar la historia y cambiar su curso con el empleo del asesinato político como el sufrido por Louis Rwagasore, un miembro prominente de la aristocracia tradicional, quien encabezó el movimiento anticolonial del país.
En 1958 Rwagasore fundó un grupo de cooperativas con el propósito de dar paso a la soberanía económica, aunque la metrópoli belga las prohibió rápidamente por temor al ejemplo nacionalista que tales asociaciones socioeconómicas podría conllevar, y que de aceptarse a la larga amenazaría la histórica relación de despojo.
Ese año el príncipe Rwagasore creó la Unión para el Progreso Nacional (Uprona) y se presentó a elecciones que venció. El 9 de septiembre de 1961 fue declarado primer ministro, con el mandato de preparar condiciones para la independencia burundesa, pero el 13 de octubre le asesinaron cuando cenaba en el Hotel club du Lac Tanganyika.
Los encartados en el crimen, uno de ellos griego, Ioannis Kageorgis, todos miembros del Partido Demócrata Cristiano (PDC), con línea ideológica probelga, fueron detenidos y en 1962 fusilados, pero el magnicidio incentivó las pugnas étnicas entre hutus y tutsis, división comunal ahondada por el colonialismo.
EL ARQUITECTO DEL APARTHEID
Hendrik Frensch Verwoerd, primer ministro sudafricano a partir de 1958, fue responsable de crear los “bantustanes”, versión tribal de la doctrina oficial segregacionista de desarrollo por separado, apartheid, armazón jurídica racista que sucumbió en 1994 con la llegada al poder del Congreso Nacional Africano (ANC).
Durante el mandato de Verwoerd se estableció un cuerpo de leyes que consumaba la asfixia de todos los derechos de la población negra, vetó sus demandas sociales e ilegalizó los intentos de democratización e igualdad de la sociedad; la represión policial fue el instrumento favorito de este régimen, criticado por Naciones Unidas.
Verwoerd fue blanco de dos atentados: uno en 1960 durante la ceremonia por el aniversario 50 de la Unión Sudafricana, en el cual recibió dos disparos hechos por David Pratt -empresario y granjero blanco británico, quien se ahorcó en prisión en 1961-, y el otro, mortal, cuando le apuñaló Dimitri Tsafendas, un empleado del Parlamento.
Sobre Tsafendas se tejieron historias de enfermedad mental para evitar convertir al ejecutor en una figura de la lucha antirracista; fue torturado y sometido a un juicio amañado, pero él sabía muy bien que el 6 de septiembre de 1966 mató al artífice del apartheid, y hacerlo lo consideró una obligación moral.
Un mensaje del secretario general del Partido Comunista de Sudáfrica (SACP), Solly Mapaila, en 2021, destacó la figura de Tsafendas como “un héroe popular de nuestra lucha por la liberación. Nunca olvidaremos su legado perdurable y sus enormes sacrificios por nuestra libertad”, difundió el sitio digital dailymaverick.co.za.
SEGUNDA PARTE, PEOR
La carrera de Abdirashid Ali Shermarke fue de rápido ascenso tras la independencia y unión de Somalia el 1 julio de 1960; primero llegó a ser funcionario del aparato colonial italiano y político después, a todo lo cual ayudó la importancia de su clan, el Majerten.
De esa comunidad -vinculada por parentescos y sobresaliente en la región de Puntlandia- procedieron dos presidentes, dos primeros ministros, así como un sultán y un rey (autoridades tradicionales).
Pero la solidez clánica no excluyó la violencia en la lucha por poder, escenificada en toda Somalia desde antes de la unificación poscolonial. Como figura pública de interés, Ali Shermarke fue jefe de gobierno entre 1960 y 1964, cuando pasó a ser presidente.
En 1968 el mandatario se salvó de un intento de asesinato, luego de la explosión de una granada cerca del vehículo que lo trasladaba; en esa ocasión escapó con vida, pero su trayectoria estaba seriamente amenazada en un país con una ubicación estratégica en la ruta comercial hacia Occidente.
El 15 de octubre de 1969, cuando visitaba la norteña ciudad de Las Anod, la escolta de Shermarke le disparó a quemarropa con un fusil automático y halló la muerte inmediata, en la entrada de la casa donde se alojaba.
(Continúa)
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