Por Manuel Vázquez
Corresponsal jefe en Sudáfrica
Según el investigador, de comprobarse el resultado, posteado en el servidor de preimpresión bioRxiv y divulgado en una conferencia en la Universidad de Stony Brook, en Nueva York, los hallazgos pudieran conducir a cuestionarse aspectos de la evolución humana, al marcar el primer comportamiento funerario conocido.
Todo comenzó casi de manera accidental hace unos 10 años, cuando unos espeleólogos se comunicaron con Berger sobre la posibilidad que en una cámara prácticamente inaccesible de la cueva Rising Star, ubicada en una zona conocida como Cuna de la Humanidad, a unos 70 kilómetros al suroeste de Pretoria, podría haber restos “humanos”.
Las primeras investigaciones in situ debieron realizarse por delgadas estudiantes de postgrado de varios países, pues los “corpulentos” paleoantropólogos seniors no eran capaces de llegar al fondo de la cueva, así que debieron seguir las excavaciones por video desde la superficie.
De esa manera se desenterraron unos mil 800 fragmentos óseos de un hominino que posteriormente fue bautizado como Homo naledi, caracterizado por una desconcertante mezcla de atributos anatómicos muy antiguos y relativamente modernos.
Pero Berger estaba tan frustrado por no poder pasar por la angosta ranura de la cueva que da acceso a la cámara de los fósiles, de solo 20 centímetros de ancho, que se puso a dieta, perdió unas 50 libras… y logró entrar.
Así pudo constatar huellas de hollín en las paredes y techo de partes de la cueva, lo cual fue un alivio científico, pues nadie se explicaba como los H. naledi podían haber navegado por los pasadizos de la Rising Star sin el empleo de antorchas, o algo parecido.
Asimismo, se hallaron evidencias de que las concentraciones de los huesos coinciden con pozos muy poco profundos cuyo material de relleno difiere de los sedimentos circundantes. Es decir, lo más parecido que hay a una tumba.
Además de posiblemente enterrar a sus muertos, acorde con Berger, los diminutos Homo naledi aparentemente marcaron esos lugares con grabados geométricos en las paredes de la Rising Star, dos comportamientos que sugieren que poseían cierta capacidad de pensamiento simbólico.
Lo sorprendente del Homo naledi es que esa especie poseía no más de 600 centímetros cúbicos (cm3) de capacidad craneal, similar a la de un chimpancé actual o un Australopiteco (los humanos modernos tenemos alrededor de mil 400 cm3).
CONCLUSIÓN IMPORTANTÍSIMA
El hallazgo apuntaría, agregó, a una conclusión revolucionaria: los grandes cerebros no son imprescindibles para los pensamientos sofisticados, como el requerido para crear símbolos, cooperar en expediciones peligrosas o reconocer la muerte.
Eso significaría, añadió, “que los humanos modernos no solo no son los únicos en el desarrollo de prácticas simbólicas, sino que es posible que ni siquiera hayan inventado tales comportamientos”.
Hasta ahora la evidencia comprobada más antigua de entierro intencional entre los homininos, incluidos Homo sapiens y neandertales, data de hace 78 mil años, en una cueva en Kenia, resultado publicado en Nature en 2021 por la paleoantropóloga española María Martinón-Torres.
Acorde con los especialistas, el comportamiento funerario implica actos deliberados por seres sociales poseedores de un pensamiento complejo, que se ven a sí mismos como entes separados del entorno, y que reconocen atributos en el difunto.
Sin embargo, varios científicos sostienen que las conclusiones de Berger son apresuradas y no están enteramente sustentadas por evidencias, y en Ciencia, resultados extraordinarios demandan pruebas extraordinarias, al decir de Carl Sagan.
Así, sostienen, el carbón vegetal resultado de hogueras y los grabados encontrados en la Rising Star podrían haber sido producidos por Homo sapiens (que probablemente coincidieron con el H. naledi en el sur de África durante al menos 50 mil años), mucho después de que el Homo naledi se extinguiera.
Sin embargo, el equipo de investigadores no encontró signos de humanos.
Una forma de comprobar o descartar esas ideas sería recolectar muestras de los grabados, carbón y hollín para datarlos con el menor margen de error posible.
Según el especialista John Hawks, miembro del equipo de Rising Star, esos experimentos están en la lista de tareas pendientes, aunque se abstuvo de predecir para cuándo estarían realizados.
Por su parte, Martinón-Torres, del Centro Nacional de Investigaciones para la Evolución Humana de España, dice estar cada vez más convencida de que en la Rising Star “sucedió algo asombroso”, pero, acota, aun las evidencias disponibles no han pasado las pruebas necesarias que corroboren un entierro deliberado.
La mayoría de los desplazamientos que presentan muchos de los restos óseos hallados por Berger, sostiene, “no puede explicarse por el curso natural de la descomposición”.
También para el arqueólogo Paul Pettitt, de la Universidad de Durham, en el Reino Unido, por el momento, los datos aportados por Berger y colaboradores son insuficientes para arribar a conclusiones sólidas.
De cualquier manera, los resultados preliminares ahora divulgados solo comienzan el, a veces prolongado, pero imprescindible, proceso de revisión por pares, y quedan abiertos al escrutinio de la comunidad mundial de paleoantropólogos.
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