Según expresó la bióloga marina Maryke Musson, los recuentos recientes revelan un aumento significativo en el número de ballenas que migran desde las aguas más frías del sur del planeta, con estimaciones que alcanzan los 30 mil ejemplares.
Esa cifra, dijo, representa un marcado contraste con los conteos realizados durante la década de 1970, cuando solo se observaron cinco mil 600 ballenas jorobadas a lo largo de la costa sudafricana (en esta zona las especies más abundantes son la franca austral y la jorobada.)
Ello es consecuencia directa, agregó, del cese internacional de la caza de ballenas acordado en 1986, lo cual permitió a la especie reconstruir sus poblaciones.
Pero, más allá del espectáculo majestuoso que representa la llegada de esos cetáceos para turistas de todo el mundo que acuden a observarlo, la presencia de las ballenas constituye un elemento fundamental en el balance armónico de los ecosistemas marinos.
Uno de los roles más importantes que desempeñan es actuar como sumideros de carbono dados sus hábitos alimentarios, pues su dieta se basa en grandes cantidades de zooplancton, que a su vez se nutre el fitoplancton (por fotosíntesis captura el CO2 atmosférico).
Además, cita Musson, sus excrementos, ricos en nutrientes, sirven como fertilizante para algas, fitoplancton y zooplancton, completando un ciclo ecológico que sustenta la vida marina.
En esencia, enfatiza la bióloga, si elimináramos a las ballenas de la cadena alimenticia general, todo el ecosistema podría colapsar.
nmr/mv