Acortar las rutas interoceánicas resulta ganancia neta de tiempo y dinero, lo que atrae a las líneas marítimas comerciales en busca de ser más eficientes en el trasiego de mercancías y ahorrar 15 000 kilómetros de navegación para circunvalar Sudamérica por el cabo de Hornos.
En sus 107 años de funcionamiento, que se cumplieron el pasado 15 de agosto, por la vía acuática transitaron un millón 100 mil embarcaciones y actualmente presta servicios al seis por ciento del comercio mundial y enlaza a mil 920 puertos de 170 países.
Más allá del ingenio tecnológico de las esclusas que permite elevar y descender pesados barcos mediante la gravedad, el canal de Panamá es una exitosa empresa ‘rentable y sostenible frente a las cambiantes condiciones del mundo de hoy’, como reconoció su propia administración.
Traducido al frío lenguaje de las cifras, desde que Estados Unidos entregó al país la operación de la ruta fluvial, el 31 de diciembre de 1999, hasta el pasado año, los aportes netos al Estado pasaron de 201 millones de dólares anuales en 2000 a mil 824 millones en 2020.
Salvo en momentos de crisis mundiales con perjuicio al tráfico marítimo, los ingresos mantuvieron una tendencia al alza, registrando un incremento sustancial con la apertura de las esclusas NeoPanamax para naves de mayores dimensiones que las admitidas por las centenarias cámaras.
La ampliación solucionó el ‘cuello de botella’ para las embarcaciones de gran porte y más del doble de capacidad de carga, a la vez que tuvo un particular impacto en las cadenas productivas del planeta, con singular incidencia en la transportación de contenedores y supertanqueros para gas licuado.
Esas nuevas líneas permitieron que el emporio disminuyera las consecuencias de la baja por la pandemia de la Covid-19, durante la cual se detuvieron rutas como los cruceros y portavehículos, con consecuencias en la planificación de incrementos, pero no decreció en volumen de toneladas movidas.
No obstante, las principales opiniones de economistas y políticos, que defienden la distribución equitativa de esas riquezas, se enfocan a que lo generado por el principal activo de la nación beneficia mayormente a una élite, con la concepción de lo que denominan una ‘economía transitista’.
El politólogo Richard Morales, entre otros, considera agotado el modelo de desarrollo nacional y en junio en un artículo titulado ‘Un Panamá post-transitista’, aseguró que la pandemia acentuó las profundas contradicciones del sistema, cuyo crecimiento es sobre la base del empobrecimiento de las masas.
‘Panamá tiene que trascender 500 años de un modelo de país rentista ya desfasado, obsesionado con extraer y concentrar la riqueza del tránsito de bienes finitos, a uno comprometido con crear y compartir prosperidad con el único bien infinito que existe: el conocimiento’, insistió.
(Tomado de Orbe)