A escasos metros de la línea equinoccial, que divide en dos los hemisferios del planeta y está envuelta en un halo de curiosidad y misterio, se erige una escultura dedicada al más universal de los cubanos.
Allí, a unos 20 kilómetros al norte de Quito, a más de dos mil 500 metros sobre el nivel del mar, en la mitad de todo está el homenaje a un hombre de elevados principios, vocación interamericana e internacionalista.
Muy cerca del monumento principal, ese que marca la latitud 0°0´0″, es que está situada la obra escultórica del cubano Andrés González, quien colocó dos manos entrelazadas como símbolo del sueño integracionista martiano.
Martí integrador llamó el artista a ese conjunto erigido en tan representativo lugar.
Fue el Apóstol de la nación caribeña quien, a juicio de muchos, supo vislumbrar el sentido continental de los pueblos de Nuestra América.
Por eso es venerado en el centro de la Tierra y allí resalta una de sus tantas frases que demuestran su forma de ver la región: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo: pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”.
Así aparece, desde los años 2000, en el sitio turístico más visitado de Ecuador, con una expresión que cobra vigencia cada día para recordar la importancia de la soberanía en los países del continente.
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