En la Plaza Jardín que lleva su nombre, colocar la efigie de tres metros fue todo un reto; pero el joven escultor cubano Andrés González quedó complacido, pues no tuvo ni un rasguño.
Un despacho de Prensa Latina de ese día recuerda que varios trabajadores de la Municipalidad auxiliados por una grúa ayudaron a hacer realidad el proyecto de González y su discípulo Oscar Luis González.
Ambos estuvieron pendientes de cada paso del meticuloso traslado de la obra desde la Escuela Taller de la Municipalidad hasta la concurrida calzada, aproximadamente unos 10 kilómetros.
«Creo que es un honor justo, un reconocimiento a su impronta y al cariño que tanto él sintió por el pueblo guatemalteco, como el que el pueblo guatemalteco siente por Martí», expresó Roberto Blanco, entonces embajador de Cuba en la tierra del quetzal, cuando el 29 de agosto tuvo lugar la inauguración oficial del monumento.
«Es un templo a la hermandad y un reconocimiento a la lucha de los dos pueblos», ratificó.
Autoridades guatemaltecas y de la isla dieron la bienvenida al Maestro en Las Américas, donde su rostro sobresale junto a otros independentistas memorables del continente como Simón Bolívar.
Decenas de curiosos que pasaban por el lugar registraron entonces en sus teléfonos celulares la imagen del Apóstol de la independencia de Cuba, quien vivió entre 1877 y mediados de 1878 en Guatemala, un breve pero intenso periodo de tiempo.
La escultura de «El peregrino humilde», como se autodefinió al llegar al país centroamericano, está sobre un pedestal de más de seis metros y cuenta con una armazón de hierro, cubierta con cemento y polvo de piedra procedente de las montañas de la zona oriental de Guatemala.
Un Martí con un libro apretado a su pecho junto a una rosa, extiende el brazo izquierdo en señal de gratitud, esperanza, merecimiento…
«…Sin perturbar mi decoro, sin doblegar mi fiereza el pueblo aquel, sincero y generoso, ha dado abrigo al peregrino humilde. Lo hizo maestro que es hacerlo creador. Me ha tendido la mano y yo la estrecho», escribió en su ensayo «Guatemala» a modo de agradecimiento por todo el cariño que recibió de «una tierra hospitalaria, rica y franca».
Al apreciarlo ahora, a 23 años de su arribo a la avenida Las Américas, cada caminante se llevará una idea diferente del brillante orador, docente y poeta que dejó un profundo lazo cultural y de amistad entre dos pueblos de la que él llamó aquí por primera vez «Nuestra América».
Si es cubano quizá evoque de inmediato un verso libre conocido desde la temprana infancia: Cultivo una rosa blanca/en julio como en enero/para el amigo sincero/que me da su mano franca…
Si es guatemalteco, vendrá a su memoria el poema IX de sus Versos Sencillos y la estrofa inicial que a la izquierda del monumento está esculpida en una pequeña tarja:
«Quiero, a la sombra de un ala,/Contar este cuento en flor:/La niña de Guatemala,/La que se murió de amor.»
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