De esas tres repúblicas sudamericanas el más ilustre de los cubanos se desempeñó como cónsul en la ciudad de Nueva York, en aquel exilio preparatorio de su gesta mayor.
En 1887, el presidente uruguayo lo designó en el cargo para sustituir a Enrique Estrázulas —amigo del apóstol—, quien le reconocía sus valores en las letras hispanoamericanas, el afán libertador, dotes de hombre bueno, de proverbial integridad y modestia.
Fue Martí un digno representante de Uruguay y de Latinoamérica en la Conferencia Monetaria Interamericana en Washington, realizada de enero a abril de 1891.
Al año siguiente ya era efectiva su renuncia al puesto con el que le honraba el Gobierno uruguayo, pero su impronta sigue reconocida aquí, en particular cuando se cumplen 170 años del natalicio del Héroe Nacional de Cuba.
Tristán Narvaja es otra calle montevideana, la de mayor concentración de librerías populares y escenario cada domingo de una feria que concita a miles de personas. Allí, en una pared y entre libros, un mural con la imagen del prócer cubano mira a la multitud y del rostro conocido sobresale el bigote con el verde y la geografía de su entrañable isla.
Son varios bustos martianos en este país. En la Plaza Cuba, Montevideo; también en la Avenida de las Américas (departamento de Canelones) y en la escuela pública que lleva su nombre en el barrio Malvín, de la capital.
El 17 de octubre de 2008 se inauguró en el departamento de Paysandú, en el oeste uruguayo, la Plaza José Martí, con un busto que se reedita en la sede de la Asociación Latinoamérica de Integración.
“Si brillan en tu faz tan dulces ojos que el alma enamorada se va en ellos, no los nublen jamás tristes enojos”, dice un verso del poeta.
Y su sensibilidad se contagia en Uruguay en el Hospital de Ojos José Martí, donde una brigada médica de sus compatriotas devuelve la visión en la tierra de José Artigas, con alto reconocimiento social, en particular de los más necesitados.
(Tomado de Orbe)