El pangolín es un mamífero placentario residente en zonas tropicales de Asia y África en la actualidad sometido a captura intensiva por cazadores furtivos que venden su carne, considerada una ambrosía en varios países.
Peor aún, sus escamas, compuestas de keratina son utilizadas en la medicina tradicional asiática como afrodisíaco infalible.
Otro enemigo es la pérdida de hábitat por la conversión de tierras vírgenes en cultivables por granjeros que protegen sus cosechas con cercas electrificadas, letales para los pangolines que cuando sufren un choque en vez de huir permanecen en el lugar hasta que mueren.
La magnitud de la hecatombe es tal que, acorde con datos recogidos por el investigador Benard Agwanda, del Museo Nacional de Kenya, solo en el quinquenio 2010-2014 desde África fueron exportados 120 mil kilos de pangolines.
El experto, devenido paladín de la especie, apoya a la Aduana en la detección del tráfico de escamas de pangolín cuyos autores hacen gala de creatividad, entre ellos el caso de una maleta de lujo que al parecer solo contenía ropas y objetos personales en realidad transportaba dichos componentes del indefenso animal.
Asimismo relata la captura de un contenedor lleno de pangolines destinados a restaurantes y los laboratorios asiáticos de medicina tradicional.
Por si fueran pocas esas amenazas el pangolín es blanco de calumnias, tal vez como justificación para su caza masiva: según una leyenda urbana sin base científica, el indefenso animalito es el gran culpable de detonar la pandemia de Covid-19.
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