Las murallas de piedra, construidas entre los siglos XIII y XVI, custodian casas tradicionales decoradas en su interior con cestas planas colgantes, junto a 82 mezquitas —tres de ellas datan del siglo X—, y 102 santuarios que los visitantes recorren por callejones laberínticos adoquinados.
Varias puertas grandes, como la del Duque, hacen único a ese baluarte centenario, inscrito desde 2006 en la Lista de Patrimonio de la Humanidad, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Durante siglos, la urbe ha sido un centro comercial de vital importancia por las rutas que la unen al resto de Etiopía, al Cuerno de África, a la península arábiga y, gracias a sus puertos, a los demás países del mundo.
De Harar también sobresalen los cafés procesados que llevan el mismo nombre, el colorido de los vestidos de sus mujeres y los pequeños mercados que inundan las calles; todo el conjunto la hace única.
Allí se conserva la casa que albergó al poeta francés Arthur Rimbaud durante su estancia en el siglo XIX, y cada noche atrae a los visitantes el espectáculo de un hombre que da de comer a las hienas con la boca.
En julio pasado, se convirtió en la primera urbe del África subsahariana en ser registrada como miembro de la Organización de las Ciudades del Patrimonio Mundial, una condición que contribuirá al desarrollo cultural e histórico de la localidad, además de favorecer al sector turístico.
La entidad no gubernamental sin fines de lucro abarca a 250 ciudades, entre las que se encuentran sitios de la mencionada lista de la Unesco. Fue fundada en Fez, Marruecos, durante el segundo Simposio Internacional de Ciudades Patrimonio de la Humanidad, en 1993.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)