Como un tesoro patrimonial, estas coreografías y su andamiaje se transmiten de una generación a otra, y resucitan en efemérides puntuales para exteriorizar un fervor místico, un sentido de ser y pertenecer, o una rítmica catarsis a fin de abandonarse al goce y olvidar la dura cotidianeidad.
Si bien estos países distan de ser potencias del ritmo, como Brasil o Cuba, sus habitantes defienden la cadencia de los bailes identitarios, fruto de un folclore que dialoga con ancestros, santos, vivos y muertos, en un crisol donde se funden herencias originarias y europeas.
Así, por ejemplo, el santoral católico legó a la región un sinfín de fechas para honrar a patrones y patronas, en tierras donde se veneró a los dioses de la naturaleza en lenguas maya, náhuat, pipil y otras, olvidadas o asesinadas. No obstante, mientras exista un rito, habrá un baile.
GUATEMALA, LA INFLUENCIA MAYA
Los bailes típicos de Guatemala son casi tantos como municipios y aldeas tiene el país: el origen de algunos se remonta a los tiempos previos a la colonización española, y encontramos pistas de ellos en los códices y estelas mayas, y en las páginas sagradas del Popol Vuh.
Y quizás ahí radique una de sus bellezas, en la capacidad de contar una historia entre giros, pasos y evoluciones. La coreografía deviene relato que fluye al compás de la marimba, el instrumento chapín por excelencia, o de los tensos cueros que aporrea el tamborero de mano callosa.
El rosario de danzas guatemaltecas incluye la de Moros y Cristianos, del Rabinal Achí, del Venado, del Palo Volador, de los Micos (Monos), de los Guacamayos, de los Viejitos, de los 24 Diablos, la del Torito y una de las más emblemáticas, la de la Conquista.
Como su nombre indica, este baile evoca el duelo final entre el adelantado Pedro de Alvarado y el mítico guerrero Tecún Umán, último gobernante de los k’iches, y que culmina con la muerte del héroe local y la imposición de la cristiandad.
De hecho al final, invasores y vencidos bailan juntos una melodía de marimba, tambor y flauta chirimía, para representar la victoria de los españoles sobre los pueblos mesoamericanos, sometidos al compás del vencedor, en una dura metáfora de la colonización cultural.
En esa cuerda también se mueve la Danza de los Moros y Cristianos, que narra la victoria de la Corona española contra los árabes por medio de llamativas prendas, máscaras barbadas o renegridas, turbantes y otros símbolos vistosos (y a veces caricaturescos).
También destaca la Danza del Rabinal Achí, que la Unesco reconoció como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2008, y que recrea los conflictos políticos prehispánicos entre los pueblos K’iche y Rabinaleb, enfrentados por la violación de las más sagradas leyes mayas.
BELICE Y HONDURAS, EL FACTOR GARÍFUNA
Al igual que la vecina Guatemala, Belice y Honduras también bailan al ritmo de su calendario, pero a estas naciones las une un factor peculiar, con profundas raíces en África: la cultura garífuna.
Asentados principalmente en la costa, los garífunas o garinagu son una etnia descendiente de africanos, aborígenes caribes y arahuacos, que bailan sus historias a golpe de tambor.
Entre las danzas más conocidas en Belice, por ejemplo, resaltan la Mata Muerte y el ritual Dugu, que invocan con la percusión a los seres ancestrales, y los presentes se mueven como poseídos bajo la guía de un shaman (buyai), en un diálogo entre este y el otro mundo.
Honduras, por su parte, muestra dos vertientes bien definidas: la campesina, de origen indígena-mestiza, y la afrocaribeña, de los garífunas. En la primera variante destacan las danzas criollas, regias o coloniales, y en la segunda, la Parranda, la Punta y el Wanaragua.
Según la Oficina Nacional del Folclore, adjunta al Ministerio de Educación, Honduras cuenta con más de 141 danzas autóctonas, con nombres tan peculiares como Arranca Terrones, Cachazas con Leche, el Guapango del Río, el Macheteado Musical, la Polca Sanjuaneña o el Xungui-Xungui.
A su vez, cada departamento de Honduras tiene sus bailes, y Choluteca sobresale por sus nombres originales, como el Xixique, que remeda el roce del caite (sandalia) con el suelo durante la danza, o El Sueñito, inspirada en el bailador trasnochado que lucha contra Morfeo para seguir la farra.
EL FOLCLORE SALVADOREÑO
Aunque en los buses las cumbias y la música grupera hagan más tortuoso el transporte público, lo cierto es que en los pueblos de El Salvador persisten danzas folclóricas contra viento, marea y modernidad, pero siempre con un factor religioso insoslayable.
Cuna de la gran bailarina Morena Salarié, cuya misteriosa muerte en la Puerta del Diablo avivó la leyenda nefasta de aquel paraje, el Pulgarcito de América tiene bailes que identifican a los pueblos vivos que alguna vez potenció esta nación centroamericana.
Así, por ejemplo, el pueblo originario de Izalco, en el departamento de Sonsonate, escenifica cada diciembre la procesión del “Jeu jeu”, mientras en Concepción de Ataco, zona cafetalera, goza de popularidad el Baile del Zopilote, con sus máscaras, disfraces y humor macabro.
Los pueblos de Jayaque y Cuisnahuat se visitan en sus respectivas fiestas patronales para la danza de los Cumpas, mientras en Panchimalco bailan los Historiantes, que recrean la lucha entre ibéricos y moriscos, ensalzando las hazañas de Santiago Apóstol.
Por otro lado, la danza de los Chapetones satiriza una boda de la vieja España, con traje completo con levita y sombrero de copa, y los habitantes de San Antonio Abad representan la pantomima del Torito Pinto imitando una corrida taurina, con quiebre, embestida y olé.
NICARAGUA ECLÉCTICA
Nicaragua es uno de los países con mayor riqueza cultural de Centroamérica, y de ello dan fe sus bailes típicos, con muchos puntos en común con el resto de la región, tanto en la inspiración como en el acompañamiento musical de la marimba.
Uno de sus bailes más conocidos, las Inditas, recrea el cortejo del hombre europeo a la mujer aborigen, en un avance ora apasionado, ora agresivo, que sin proponérselo quizás evidencia otras formas de violencia colonial: la sexual y de clase. El amor a la cañona…
Sin embargo, esta es apenas una expresión cultural en un país donde conviven mestizos, creoles, afrodescendientes, garífunas, mayagnas, miskitos, ulwas, panamakas y ramas, cada cual con sus códigos y celebraciones, algunas tan trepidantes como las que acogen Masaya o Chinandega.
En la meseta pinolera las fiestas son amenizadas por bandas filarmónicas o chicheros, mientras la bella León se mueve con las coplas de los mantudos, cofradía que venera a la Virgen de Guadalupe cada 12 de diciembre.
A su vez, en la región caribeña la herencia africana es más fuerte, y bebe de fuentes amerindias y europeas para legar clásicos como el Palo de Mayo en Bluefields, el Walagallo en Orinoco, y sus danzas de puntas y parrandas, con el ya mencionado sello garífuna.
COSTA RICA Y PANAMÁ, OTROS AIRES SINCRÉTICOS
Al sur del istmo, en Costa Rica y Panamá, el folclore también tiene aires sincréticos. Para empezar, en la tierra de la “Pura Vida” destaca el Punto Guanacasteco, en el cual un hombre persigue a una mujer coqueta con los hombros, en un cortejo que culmina, faltara más, con un beso.
Originario de la provincia de Guanacaste, este punto es el baile típico de Costa Rica: rompe con un grito y un giro, y una solitaria marimba marca el tempo de los bailadores.
Otras danzas reflejan la herencia indígena, como el Juego de los Diablitos de Boruca en Rey Curré, la Danza de la Yegüita en Nicoya, o el baile de los indios promesanos para venerar al Cristo Negro de Esquipulas, también en Santa Cruz de Guanacaste.
Panamá, por su parte, tiene entre sus bailes típicos el Tamborito, una especie de danza de parejas que representa la lucha entre el bien (el devoto cristiano) y el mal (el diablo). También resalta la Cumbia, ejecutada en ruedas que giran contrarias a las manecillas del reloj.
Muchos de estos bailes emergen puntualmente en festejos de índole religiosa, pero también en los trepidantes carnavales de Panamá, en los que las mujeres visten sus vistosas polleras, y la gente amanece entre bailes, tragos y desenfreno.
Tampoco podemos olvidar que esta es la Patria de Rubén Blades, el hombre que puso a bailar a medio mundo con la “salsa consciente”, y de Edgardo Franco, alias El General, quien hace tres décadas fusionó dance hall y reggae en español para crear la génesis del reguetón como hoy lo conocemos. Pero ese género lleva otra historia, y le toca al Caribe contarla…
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