Con su atmósfera medieval, el antiguo complejo funerario refuerza la magia de una danza de origen sufí -orden dentro del Islam- protagonizada por hombres, que busca encontrar la comunión con Dios a través de movimientos giratorios.
Todo al ritmo de instrumentos tradicionales como los rababa (de cuerdas), el mizmar (de viento), el sagat (pequeños címbalos), pero también el laúd faraónico y los universales tamboriles.
Usando coloridas faldas -tanoura en árabe- y casi en estado de trance, los bailarines (derviches) ejecutan giros calidoscópicos que representan la rotación de los planetas alrededor del sol, mientras la figura central eleva una mano y hace descender la otra como símbolo de unidad entre la tierra y el cielo, entre lo humano y lo divino.
El ambiente, por momentos psicodélico, se acompaña de las líneas melódicas de los cantantes, quienes mediante versos antiguos llamados Tawasheeh -coránicos y de poesía clásica- añaden elementos teatrales a la representación, suscitando estados hipnóticos y sublimes en el espectador.
Se trata de la Compañía de Danza del Patrimonio Egipcio Al-Tannoura que, bajo la dirección del Ministerio de Cultura y el Fondo de Desarrollo Cultural del país, ofrece tres actuaciones semanales del baile popular en ese antiguo sitio cairota cargado de historia.
¿Religión o goce artístico?
Si bien los egipcios son un pueblo altamente religioso, en el cual predomina el credo islámico, y el tanoura implica un significado espiritual, su práctica puede realizarse con fines litúrgicos o como espacio de entretenimiento.
En el caso de las ceremonias sagradas, la danza se ejecuta girando solo en sentido contrario a las manecillas del reloj, lo que simboliza la peregrinación musulmana alrededor de la Kaaba en la Meca.
Mas si es un espectáculo, los derviches pueden girar en cualquiera de los dos sentidos horarios, predomina el tono alegre y festivo, y se produce una interacción con el público, elemento que favorece los efectos catárticos y de fascinación propios del género danzario.
Giros del tanoura
Lo que a primera vista parece simple en términos de baile no lo es: girar incesantemente al ritmo de diversos instrumentos empleando los gestos del cuerpo como lenguaje para transmitir emociones e ideas, resulta cuando menos desafiante.
Los derviches suelen ejecutar rotaciones a velocidades ascendentes que duran desde 15 minutos hasta varias horas, siempre vistiendo capas de faldas, que llegan a pesar más de 10 kilogramos, con las que realizan diversas acrobacias, lo que nos hace preguntarnos por momentos si estamos ante personas con dotes sobrenaturales.
En realidad, son excelentes bailarines que literalmente por amor al arte, entrenan el oído interno, responsable de las funciones de equilibrio en el organismo humano, a través de técnicas psicológicas y fisiológicas, lo que les permite contrarrestar los efectos del mareo y el vértigo.
Sus orígenes
Esta danza aparece por primera vez en el siglo XIII fundada por los discípulos del poeta sufí Jalal al-Din Muhammad Rumi, en virtud de la cual, según sus creencias, los derviches alcanzan el éxtasis místico en su búsqueda de una dimensión trascendental.
El término proviene del persa ‘darvish’, ascetas que hacían votos de pobreza y se dedicaban a ejecutar sus movimientos giratorios para obtener dinero y entregárselo a personas muy humildes, pero en esencia se trataba de un ritual místico de meditación activa.
La práctica se transmitió a otros pueblos del Medio Oriente, como Turquía e Irán, llegando a Egipto en el siglo XIV, donde se integró a sus costumbres ya no solo con un sentido religioso, sino también como un baile popular que destaca por la presencia de música y de luces.
Sin embargo, lo que distingue el tanoura egipcio es sin dudas la alegría y vivacidad de sus colores, elemento presente en toda la tradición estética del país de los faraones que, al combinarse generación tras generación con una danza rítmica de profundo valor espiritual, deviene patrimonio cultural de este pueblo milenario.
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