Connecticut, Estados Unidos (Prensa Latina) Saliendo del aeropuerto de Jeddah, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, regresó a Washington después de una gira de cuatro días por el Medio Oriente con muchas más sombras que destellos, pero cuyos resultados reales no serán siempre evidentes de momento.
José R. Oro
Colaborador de Prensa Latina
Toda la acción política en el Medio Oriente, es frecuentemente muy compleja, muchos países tienen conflictos milenarios o, directamente, ni siquiera mantienen relaciones diplomáticas como es el caso de Arabia Saudí e Israel, a su vez, archienemigos de Irán.
Sin embargo, habrá partes de la gira que podrán evaluarse pronto por ser cuestiones inmediatas, mientras que otras tendrán que esperar más.
Uno de los que veremos a la brevedad es el aumento de la producción de petróleo. Los líderes de Arabia Saudita, el mayor productor de crudo del mundo, no se han comprometido firmemente con EE.UU. a extraer una cantidad concreta para mitigar los precios, disparados por la guerra en Ucrania, las sanciones de Occidente y la avaricia de las compañías petroleras.
No obstante, la Casa Blanca asegura que se verán pasos “en las próximas semanas” para estabilizar los mercados. Si Arabia Saudí decide realmente incrementar el ritmo de producción (se menciona la cifra de hasta 13 millones de barriles por día), lo más posible es que ese anuncio llegue durante la reunión del 3 de agosto de la OPEC+, que incluye a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y a otro grupo de estados liderado por Rusia.
En un plazo más largo, una de las cuestiones por observar es si la solución de establecer dos estados para el conflicto palestino- israelí vuelve a ganar fuerza después de que casi desapareciera con las concesiones de Trump a Israel, que incluyeron reconocer Jerusalén como su capital.
Biden reiteró frente a las autoridades palestinas e israelíes su compromiso con la solución de dos estados; pero no hizo ninguna propuesta concreta para reactivar las negociaciones porque el terreno no era “fértil”. Qué quiso decir con eso, escapa de mi imaginación. Algo así como que eso ocurrirá el día en que “el mundo sea perfecto”. Una cruel burla, casi seguro.
Turquía, el país de crítica importancia que Biden no visitó. ¿Por quit?
Si es importante analizar adónde fue y qué hizo el presidente de los Estados Unidos en su periplo del Medio Oriente, no menor significado tiene adónde se abstuvo de ir, y qué no procuró hacer.
Salta a la vista la omisión de viajar a Turquía, uno de los países más importantes e influyentes de la región, miembro de la OTAN y una especie de puente entre el Medio Oriente y Europa. ¿Por qué Biden no se detuvo unas horas en Ankara o Estambul? Es algo que sorprende y sobre lo cual no se ha hablado casi nada.
Turquía es un estado fundador de la OTAN y posee las segundas fuerzas armadas más numerosas de esa organización agresiva. Durante la Guerra Fría fue el flanco sur otaniano, albergando bases y armas nucleares estadounidenses a pocos kilómetros de la frontera soviética.
A pesar de sus numerosos intentos de integrarse a la Unión Europea, Turquía no ha sido aceptada, lo cual ha constituido para decenas de millones de turcos un insulto de primera magnitud: Para morir por el mundo occidental en la OTAN somos más que bienvenidos, pero no para ser parte de la Unión Europea. Esa desilusión con el mundo occidental se ha acentuado durante el prolongado gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan.
El derrotado intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016 marcó una inestabilidad sin precedentes en la historia de la Turquía post- otomana, donde se enfrentan el pensamiento de un estado turco laico y la posible transformación hacia un país con un mayor componente islámico en su gobierno. La organización fuertemente islámica FETO y su líder, quien vive en Estados Unidos, el teólogo islámico y predicador Fetullah Gulen, orquestaron el fallido golpe de Estado que dejó 251 muertos y dos mil 734 heridos. Los principales conjurados en la intentona fueron oficiales turcos graduados en academias estadounidenses y europeas y parte de los contingentes integrados a la OTAN.
Ankara también acusa a FETO, una organización muy conservadora, ultranacionalista y anti– comunista, de estar detrás de una larga campaña para derrocar al Estado mediante la infiltración en las instituciones turcas, en particular el ejército, la policía y el poder judicial.
El intento de derrocar al Gobierno comenzó alrededor de las 10 de la noche, hora local (19:00GMT), el 15 de julio de 2016, y fue frustrado a las ocho de la mañana del día siguiente. La mayoría del pueblo turco considera que los Estados Unidos, la OTAN e Israel estaban detrás del sangriento intento de golpe.
La Turquía de hoy es un país medianamente desarrollado, con el cuarto PIB del mundo islámico (detrás de Indonesia, Irán y Arabia Saudita) y que enfrenta numerosos conflictos, actuales y potenciales.
En el este y sureste, Turquía se enfrenta a una prolongada insurrección kurda, la participación del ejército turco en el conflicto sirio es muy grave y perjudicial para la paz, y la posibilidad de una guerra con Grecia (y sus aliados, entre ellos Francia) se calienta constantemente, sobre todo con el descubrimiento de áreas potenciales para hidrocarburos en el Mar Egeo. Mantiene relaciones normales con países como Venezuela y Cuba.
Ir a Turquía no le estaba permitido a Biden en el marco de esta gira en los días en que se celebraba el aniversario del cruento intento de golpe de estado, cuyo jefe vive precisamente en Estados Unidos, la necesidad de discutir el conflicto de Siria y en general la dicotomía de “te quiero en la OTAN, pero no en la Unión Europea” y otros temas, entre los cuales se destaca muchísimo el conflicto en Ucrania.
Los resultados que no hubo.
El principal resultado de la gira del presidente fue precisamente aplazar o “congelar” la situación en el Medio Oriente, mientras consigue mantener que el suministro de petróleo mundial no caiga en un orden de magnitud de entre tres y cinco millones de barriles diarios, lo que llevaría el precio del crudo, según J.P. Morgan, a un nivel de entre 350– 400 dólares por barril. Arabia Saudita promete elevar la producción hasta 13 millones de barriles diarios, y otros países productores incrementarían también su producción. Pero ellos exigen que de todas maneras suba el precio del crudo, lo que Estados Unidos no desea, casi un imposible.
La segunda tarea era “proteger” a Israel en medio de potenciales conflictos regionales y mundiales.
El que dos potencias islámicas como Irán y Turquía no participaran (sino que ayudaran a la entidad sionista) en las guerras con Israel en 1948, 1956, 1967 y 1973, salvaron a ese estado sionista de su desaparición.
Hoy la posición de ambos países es dramáticamente diferente, sobre todo en el caso de Irán, al que se le ha tratado de trazar una “línea roja” de que no puede convertirse en un estado nuclear. Todo lo contrario: el acercar a Rusia y China con Irán, hace esta posibilidad muy, pero muy cercana. Tanto para Israel como para Arabia Saudita el creciente poder de Irán, incluyendo una capacidad nuclear a corto plazo, es anatema.
Tras meses de negociaciones entre bambalinas, Biden hizo dos anuncios durante el viaje: Riad abrirá su espacio aéreo a los vuelos civiles israelíes y, además, permitirá que barcos del Estado hebreo sigan gozando de libertad de navegación en las aguas que rodean dos estratégicas islas del Mar Rojo. Ahora esas medidas deben implementarse en la práctica.
Hasta la fecha, Israel y Arabia Saudita no tienen relaciones diplomáticas. A Estados Unidos nada le gustaría más que ver cómo sus dos mayores aliados en Oriente Medio las establecen.
Pero John F. Kirby, secretario adjunto en el Departamento de Defensa de los Estados Unidos admitió para CNN que «lograr estas relaciones podría llevar tiempo, incluso tras los Acuerdos de Abraham con los que Israel normalizó relaciones con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos. El tema de un estado palestino independiente es determinante, al menos mientras el anciano rey saudita Salman este vivo».
El monarca Salmán bin Abdulaziz, de 86 años, es un defensor de la causa palestina y ha dejado claro que no reconocerá el derecho a existir del Estado judío hasta tanto se establezca un Estado palestino.
Para lograr “proteger” a Israel, era necesario presentar a los Estados Unidos en la región como un partidario de dos estados en Palestina, uno judío y otro palestino. Mentira total: jamás Estados Unidos defenderá sinceramente la creación de un estado palestino soberano y contiguo. De ninguna manera.
Pero era necesario para Biden, mentir sin ruborizarse para permitirle a los países árabes aliados a Estados Unidos mostrar a sus pueblos que no habían abandonado a su suerte al pueblo palestino (lo que sí han hecho) y que en cambio iban a permitir a Israel “insertarse” en la región, mientras se preparaban para agredir a Irán, un inclaudicable paladín de las causas de los pueblos palestino, sirio y yemení.
Uno de los trucos para lograr mostrar una mínima “imparcialidad” entre Israel y los palestinos, fue que Biden prometió 315 millones de dólares en ayuda que se destinarán principalmente a la red de hospitales de Jerusalén Este ocupado y a la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), a la que Donald Trump (2017-2021) le cortó la financiación.
Vale aclarar que cien de esos millones que prometió Biden todavía no han sido aprobados por el Congreso estadounidense. Su partido controla las dos cámaras legislativas, pero aun así el presidente ha tenido dificultades para sacar adelante sus iniciativas, por lo que el futuro de esos fondos sigue siendo una incógnita.
En cambio los recursos destinados a fortalecer a Israel, en una cuantía anual entre 10 y 15 veces mayor a estos 315 millones prometidos a los palestinos, pasan la aprobación del Congreso estadounidense casi automáticamente. La Cumbre del Consejo de Cooperación del Golfo + 3 no le dio a Biden el apoyo político y económico que deseaba, sobre todo en materia petrolera. Algunos de estos países cansados del yugo de Estados Unidos y Europa, empiezan a mirar en otra dirección.
Y aquí entran a jugar las siglas BRICS para referirse conjuntamente a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, asociación económico-mercantil de las cinco economías nacionales emergentes que en la década de los 2000 eran las más prometedoras del mundo. Los BRICS fueron y son considerados un paradigma de la cooperación Sur-Sur.
Todas estas naciones tienen en común una gran población (China e India bien por encima de los mil millones, Brasil y Rusia por encima de los ciento cuarenta millones), un enorme territorio (casi 38,5 millones de kilómetros cuadrados), lo que les proporciona dimensiones estratégicas continentales, una gigantesca cantidad de recursos naturales y, lo más importante, las enormes cifras que han presentado de crecimiento de su producto interno bruto (PIB) y de participación en el comercio mundial en los últimos años, lo que los hace atractivos como destino de inversiones.
Turquía, Egipto y la propia Arabia Saudita han expresado deseos de integrarse al BRICS, si a esto sumamos países latinoamericanos con gobiernos no subsirvientes de Estados Unidos como México y Argentina (con un monstruoso préstamo del FMI cual espada de Damocles sobre su cabeza), este grupo económico puede tener una magnitud e influencia descomunal en el mundo. Incluso se menciona también a Corea del Sur.
Lo último que desean los Estados Unidos: ver a China, India y Rusia liderar a un grupo poderosísimo de las economías emergentes. La visita de Biden no consiguió disuadir a Turquía, Egipto y Arabia Saudita de entrar en asociación con BRICS.
En general, el viaje de Joe Biden tuvo más de escenificaciones para las cámaras de televisión, con más apariencia de estar haciendo algo importante que lo sucedido en la realidad. Como se dice en idioma inglés ”smoke and mirrors”, o en castellano “mucho ruido y pocas nueces”.
Aunque haya sido de manera intencional, el presidente Biden perdió su tiempo en esta gira, no por lo que dijo o trato de hacer, sino porque ha demostrado una vez más que no cumple lo que promete. El tiempo perdido no se recupera jamás.
rmh/jro