Pedro Pablo Rodríguez*, especial para Prensa Latina
La relación estrecha, íntima y sistemática entre la obra y el pensar de Fidel Castro con la de José Martí es consecuencia, desde luego, de la voluntad del primero, quien muy prontamente así lo manifestó desde sus textos políticos iniciales.
Como prueba de ello se ha recurrido a menudo a la frase que pronunciara en su autodefensa titulada La historia me absolverá, cuando calificó al Apóstol de la independencia cubana como el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada de Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953.
Ciertamente, aquella acción armada puede considerarse como la inauguración de Fidel Castro en la vida política, puesto que, por un lado, ese hecho repercutió notablemente y le permitió ser ampliamente conocido en la sociedad cubana.
Por otro, puso en evidencia que se abría así una nueva manera de enfrentar a la dictadura que había interrumpido la institucionalidad constitucional con el golpe de Estado un año antes: la vía de las armas frente al aparato militar, ejecutor y principal sostén de la tiranía de Fulgencio Batista (1952-1958).
Al igual que su generación, Fidel vivió su infancia y juventud en una sociedad que hizo de Martí paradigma de la nación, y que durante los años del frustrado proceso revolucionario del 30 sometió a crítica el sistema neocolonial desde los enjuiciamientos del Maestro.
Las batallas por la Constitución de 1940, los afanes renovadores incumplidos por los gobiernos del Partido Auténtico y las esperanzas de adecentamiento y dignificación moral representadas por Eduardo Chibás tuvieron como punta de lanza el verbo martiano.
La escuela y la Universidad habanera, a su vez, dieron coherencia y sistematicidad a Fidel en la lectura y asimilación de la prédica del Maestro. El líder estudiantil y el joven abogado que se introdujo en las lides políticas demostró disponer de un sólido conocimiento de la historia patriótica cubana y de un extenso manejo de la obra martiana.
Muchos años después, Fidel recordaba esa adscripción suya: “De lo primero que yo me empapo mucho, profundamente, es de la literatura martiana, de las obras de Martí, de los escritos de Martí; es difícil que exista algo de lo escrito por Martí, de sus proclamas políticas, sus discursos, que constituyen dos gruesos volúmenes, deben ser unas dos mil páginas o algo más, que no haya leído cuando estudiaba en el bachillerato o estaba en la Universidad”.
Y precisaba Fidel la doble influencia que desde entonces le guiara: “Yo en ese momento tenía una doble influencia, que la sigo teniendo hoy: una influencia de la historia de nuestra Patria, de sus tradiciones, del pensamiento de Martí, y de la formación marxista-leninista que habíamos adquirido ya en nuestra vida universitaria”.
Como había ocurrido desde los años 20 de aquel siglo y durante la frustrada revolución del 30, el ideario de José Martí volvía a ser empleado conscientemente para fundamentar la necesidad de una revolución social en Cuba.
Luego el joven Fidel Castro, sobre todo tras su ingreso en la universidad habanera, se formó en la política en esa tradición y en ese ambiente, influidos por el proyecto martiano.
Sus escritos de entonces evidencian en sus citas textuales y en su propio estilo esa presencia martiana, expresión de una lectura sistemática de la palabra del Maestro.
No es casual que en más de 40 ocasiones aparezcan referencias expresas a la voz de Martí en La historia me absolverá, tomadas de muy diferentes escritos suyos, lo que manifiesta la familiarización del joven revolucionario con esa enorme obra escrita.
La propia etapa de organización del Movimiento 26 de Julio, luego de ser liberado Fidel de la prisión, tanto en la Isla como en la emigración en Estados Unidos y en México, y los preparativos del regreso a Cuba para reanudar la vía armada, indican una fuerte presencia martiana en su discurso.
Ello se evidencia en la proyección social de sus objetivos y en la justificación ética del método de acción que se seguiría, y de los propósitos de las transformaciones sociales que se emprenderían.
Los grupos de revolucionarios que fueron reunidos por Fidel para afrontar con las armas a la tiranía batistiana compartían semejante culto patriótico e interés por las ideas del Apóstol, al punto de que ellos mismos se denominaron la generación del centenario ante aquel aniversario de su natalicio.
Fidel no fue una excepción: basta recordar a Raúl Gómez García, Abel Santamaría, a Armando Hart, a Frank País, a los hermanos Saíz Montes de Oca, quienes mostraron repetidas veces por escrito la sólida inscripción martiana en su pensamiento.
Fueron decenas y centenares los jóvenes combatientes de entonces, en la Sierra y en el Llano, que se sintieron convocados por la palabra del Maestro a combatir a una sangrienta y corrupta tiranía, y a construir una república con todos y para el bien de todos, y libre de la dependencia de los amos del norte.
“TRAIGO EN EL CORAZÓN LA DOCTRINA DEL MAESTRO”
Durante su alegato de defensa en el juicio por los sucesos del 26 de julio de 1953, Fidel Castro dijo: «Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro».
No era propaganda hueca la frase, sino profunda convicción, como lo patentiza el programa revolucionario expuesto en La historia me absolverá, una verdadera guía de incuestionable impronta martiana para alcanzar la república diseñada desde el siglo XIX y para cumplir la verdadera liberación nacional.
Por eso durante los preparativos en el país y en el extranjero para reanudar la luchar armada, la amplia campaña en busca de apoyo político y material no solo se asentó en la palabra del Maestro, de hecho, siguió su estrategia unitaria contra el colonialismo.
Demostraba así Fidel nuevamente que no era un mero repetidor de sus frases, sino que ellas calaban tanto en su propia doctrina como en su acción.
Como prueba de su adscripción plena a la ética martiana, al referirse al martirologio del Moncada y describir los crímenes de la tiranía contra sus compañeros prisioneros y asesinados, afirma Fidel también en 1955: “Eduqué mi mente en el pensamiento martiano que predica el amor y no el odio”.
Me atrevería a añadir que hasta en la singular formación militar de Fidel Castro- quien no cursó jamás escuela castrense alguna y, sin embargo, fue un brillante estratega, tanto en la guerrilla como el artífice de operaciones de enorme envergadura- influyeron las ideas del Maestro en cuanto a cómo organizar y dirigir una guerra.
A ello se sumó su estudio sistemático de las contiendas cubanas contra el colonialismo, en particular de las campañas de Máximo Gómez y de Antonio Maceo. Y, siempre la eticidad martiana: una de las claves del éxito del Ejército Rebelde fue la desmoralización del Ejército de la tiranía frente a un enemigo que curaba a sus heridos y los devolvía a sus filas.
El joven gobernante devenido pronto estadista perspicaz, el osado líder que proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana ante el inminente ataque militar de la fuerza mercenaria entrenada y apoyada por el gobierno de Estados Unidos, proclamó, y se atuvo siempre fiel a ese principio, el carácter martiano de esa Revolución también socialista y adscrita al pensamiento marxista.
Desde luego, tras el triunfo del 1 de enero de 1959 y comenzada la obra de transformaciones revolucionarias y hacia el socialismo, el desarrollo y maduración del pensamiento de Fidel nunca dejó de lado las enseñanzas martianas.
“¡AL FIN, MAESTRO, TU CUBA QUE SOÑASTE, ESTÁ SIENDO CONVERTIDA EN REALIDAD!”
En un discurso de 1960, al fundamentar cómo se cumplía el deseo martiano frustrado en 1898, mediante la obra de cambios que emprendía la Revolución, Fidel Castro expresó: “¡Al fin, Maestro, tu Cuba que soñaste, está siendo convertida en realidad!”.
Raíz nacional y popular, raíz martiana tenía y tiene el proceso que rescató las riquezas y la soberanía nacionales, que abolió los privilegios y la explotación, que elevó las condiciones de vida y abrió amplio espacio al desarrollo de las capacidades de todos los cubanos.
El gran combate contra el imperialismo de Estados Unidos fue siempre entendido por Fidel como la continuación del que en silencio —quizás no tan en silencio, como sabemos sus estudiosos— emprendiera Martí, quien además, a su juicio, es la fuente esencial de los sentimientos latinoamericanistas y de las muestras de solidaridad e internacionalismo expresadas durante todos estos años por los cubanos.
De ese modo, y dado el objetivo antillanista de Martí, la Revolución cubana no ha cejado en su apoyo manifiesto a la independencia de la hermana isla de Puerto Rico.
De igual manera, desde que fue creado el Partido Comunista de Cuba como elemento culminante del proceso unitario de las fuerzas revolucionarias, Fidel ha insistido siempre en su fundamentación martiana junto a la marxista-leninista.
En 1973 dijo: “El partido de la unidad. Como el Partido Revolucionario Cubano de la independencia, hoy dirige nuestro Partido la Revolución. Militar en él no es fuente de privilegios sino de sacrificios y de consagración total a la causa revolucionaria”.
Estas consideraciones éticas que Fidel coloca en primer plano para el Partido, siguen desde luego las enseñanzas quizás más importantes de Martí: su sentido de la moral, de la dignidad humana, del camino de servicio que se ha de emprender en la vida frente a los apetitos materiales y de poder, las vanidades de la gloria.
Hace casi 30 años Fidel manifestaba una idea que no solo hoy es imprescindible tomarla en cuenta, sino que constituye un basamento eterno para nuestro acercamiento y nuestra comprensión del mayor de los cubanos.
“Podemos decirle a Martí que hoy más que nunca necesitamos de sus pensamientos, que hoy más que nunca necesitamos de sus ideas, que hoy más que nunca necesitamos de sus virtudes”, significó.
Ese papel de guía eterno, de ejemplo de conducta y de alineamiento con los pobres de la tierra, frente a toda acción de injusticia, de preocupación por el decoro y la dignidad son probablemente los elementos esenciales asumidos de Martí por Fidel, quien se ha encargado de trasmitir esos valores una y otra vez.
Quizás más allá de todos sus aportes al pensamiento revolucionario, de su extraordinaria comprensión de la política, de su dedicación a su pueblo y a las causas populares, Fidel Castro quedará para la historia como un líder moral, continuador de esa gran fuerza que proclamara Martí que es el amor, el amor a los seres humanos y a su vida digna.
Cuánta verdad, pues, en su declaración pública de 1955: “Es el Apóstol el guía de mi vida”.
rmh/pp
*Doctor en Ciencias Históricas, investigador y profesor Titular, periodista. Miembro efectivo de la Academia de Ciencias de Cuba, de la Academia de la Historia de Cuba, del Tribunal Nacional de Categorías y Grados Científicos, del Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).