Ese conflicto dejó como secuela la devastación industrial de Europa y propició la irrupción en el mal llamado viejo continente de los intereses estadounidenses en el llamado viejo continente en la forma sutil, pero contundente, del Plan Marshall.
También fue en la década de los años ´60 del pasado siglo que el grueso de los estados africanos soltaron amarras de sus metrópolis europeas, salvo excepciones, las colonias de Portugal, país regido en aquella época por un rezago fascista, al igual que España.
A pesar de esa demora, o tal vez por ella, las posesiones lusitanas tendrían que esperar por la Revolución de los Claveles en 1975 para que Lisboa evacuara sus fuerzas y diera paso a gobiernos nacionales, proceso cruento que a la postre tendría un resultado auroral: la quiebra del apartheid en Sudáfrica, Namibia y Rhodesia del Sur, hoy Zimbabwe.
La convergencia en el tiempo del nacimiento de la OUA y el auge estadounidense fue una coincidencia que pudo ser feliz, pero no cuajó debido a que Washington optó por reforzar el control en América Latina, su contexto geográfico, en el cual se escuchaban sonidos discordantes con la paz americana.
En una perspectiva más amplia, Europa aún convalecía de la contienda planetaria y era campo fértil para la naciente hegemonía planetaria estadounidense, uno de cuyos puntos más palmarios fue la creación, al abrigo de la guerra fría, de un gendarme: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
¿Debió Washington reservar a África un espacio prominente en su estrategia diplomática global, pero no quiso porque ello significaría sobreextenderse con la consiguiente dispersión de la fuerza, siempre desaconsejable?
¿O tal vez consideró que con su creciente control económico en Europa, llegado el caso, podría hacer valer su influencia de manera indirecta?
Cualquiera que sea la hipótesis aplicable, la realidad es que Estados Unidos en una suerte de división internacional del trabajo neocolonial, descartó a África como prioridad, decisión que, a la larga, se probaría errada.
Valga la digresión: en esta displicencia pudo influir el racismo existente en la sociedad estadounidense, aún vigente puro y duro hoy, como evidencia una reciente formulación del expresidente Donald Trump cuando, preguntado sobre le inmigración hacia su país, subrayó que son preferibles los inmigrantes rubios y de ojos azules.
Para coronar el dislate, Trump calificó a Haití y los estados africanos de países pocilga (o de mierda, según el traductor) y cesanteó a su entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, de recorrido por el continente para aplacar la tormenta de reacciones provocadas por el desaguisado presidencial.
PANAFRICANISMO, EL LEIT MOTIV
En las vísperas del alumbramiento de la OUA en África existían fuerzas centrífugas generadas por personalidades convencidas de que el continente merecía, y contaba, con los recursos para constituirse en un actor protagónico con voz propia en la escena mundial.
Estadistas de la talla del egipcio Gamal Abdel Nasser; el ghanés Kwame Nkrumah, y el Mwalimu (maestro en swahili) tanzano Julius Nyerere, junto al emperador etíope Haile Selassie propulsaron la idea de crear el ente panafricano.
De ahí que surgiera la OUA con los objetivos declarados de promover la unidad y solidaridad de los estados africanos y servir como portavoz colectivo del continente.
Y último, pero no menos sustancial, erradicar el colonialismo y el racismo, promover la cooperación regional e internacional y, sobre todo, la integración continental, esta segunda misión aun en la actualidad en pañales a pesar de diversas iniciativas.
La agrupación continental, en la cual actuaron también fuerzas centrípetas, representadas por jefes de estados afines a las exmetrópolis, inscribió entre sus resultados la promoción del boicot contra el apartheid en Sudáfrica, país que trataba de crear una constelación de estados de la cual sería el sol.
A esos fines el gobierno de Pretoria estableció con Israel, su socia en Levante, una colaboración que incluía la transferencia de tecnología nuclear en reciprocidad al permiso de probar el arma atómica israelí en territorio sudafricano.
Es notorio que el entonces presidente de Estados Unidos, James Carter, informado de que uno de sus satélites detectó el ensayo, optó por encubrirlo, decisión que a la larga tendría impacto negativo en la región, imposibilitada de declararse zona desnuclearizada.
Sin embargo, y a pesar de los éxitos registrados durante su existencia, la OUA padecía del síndrome de la debilidad pues carecía de una fuerza militar multilateral capaz de imponer el orden llegado el caso, a diferencia de su sucesora, la Unión Africana (UA), llegada al mundo el 9 de julio de 2002.
Entre la fundación de la OUA y el alumbramiento de la UA existe un lapso de tiempo durante el cual ocurrieron acontecimientos que marcan en cierta medida la actuación de la entidad continental.
Entre ellos, utilizado por las exmetrópolis en fecha tan temprana como la década de los años 60 del pasado siglo, el uso de mercenarios para preservar su dominio, como demuestra la participación de esos “perros de la guerra” en la liquidación del ímpetu nacionalista y anticolonial del asesinado primer ministro Patricio Lumumba en lo que fuera el Congo Belga.
Esa práctica, glorificada en toda una literatura y filmografía tuvo su apogeo hasta el punto que contaba con una publicación, Soldados de Fortuna, sección de clasificados incluida, en la cual se reclutaba a exmilitares y se anunciaban armas y pertrechos para los candidatos.
Los éxitos iníciales del uso de mercenarios también tendría su ocaso en la forma de la derrota sufrida por un grupo de esos soldados a sueldo en Angola en 1975 capturados en el norte de ese país del sudoeste africano cuyas derrota fue documentada por el cubano Raúl Valdés Vivo en su libro Angola: Fin del mito de los mercenarios.
Otra fragilidad, la inexistencia de entidades regionales, también fue vencida con la creación de agrupaciones como la Comunidad de Estados de África Occidental y la Autoridad Intergubernamental sobre el Desarrollo, así como las misiones militares de la UA con resultados favorables en diferendos y conflictos.
Asimismo surgió un fenómeno nuevo y espinoso con solución aún pendiente: el auge del islamismo radical en varios países del Sahel y en Nigeria, tal vez la tarea acuciante para los próximos años.
Durante todos esos años, y sus turbulentos procesos África contó con el apoyo diplomático y militar primero de la extinta Unión Soviética y, después, de la Federación Rusa y de China, un hecho cuyo recuerdo es omnipresente a pesar del ineluctable paso del tiempo.
El inicio de la operación militar especial rusa en Ucrania a principios de 2022 serviría de detonante de hechos políticos significativos, a saber, la reticencia africana en sumarse al intento de cerco mundial contra Moscú y Beijing y, más aún, a cambiar de bandera a pesar de los frecuentes cantos de cisne provenientes del occidente colectivo.
En ese contexto dos países africanos, Mali y Burkina Faso, decidieron pedir la salida inmediata de sus territorios, de las tropas de su exmetrópoli, Francia que, en el primer caso fueron acusadas de apoyar a los grupos islamistas para propiciar un cambio de gobierno.
Un adelanto de esa conducta mayoritaria correspondió al canciller ruso, Sergei Lavrov, quien, vísperas de un recorrido por el continente, declaró que los lazos establecidos con África por la URSS y mantenidos por Rusia son un hecho indeleble en términos históricos y prácticos.
La exactitud del análisis del canciller apenas tendría que esperar pocas semanas, hasta fines de marzo pasado, para comprobarse en la práctica por la voz de su homóloga sudafricana, Naledi Pandor, quien reiteró que su país no va a romper sus lazos con Moscú a instancias de otros países.
“Hay quienes que no quieren que mantengamos relaciones con un viejo amigo histórico, pero hemos dejado claro que Rusia es un amigo con el que mantenemos relaciones de cooperación desde hace muchos años”, subrayó la titular.
A seguidas añadió que mientras su país mantiene relaciones de amistad con muchas naciones por todo el mundo, no va a “enemistarse repentinamente” a petición ciertos países.
Las declaraciones de la ministra sudafricana coincidieron con el desenfrenado envío a África de delegaciones estadounidenses, entre ellas la de la vicepresidenta Kamala Harris, y europeas para prometer lo que se abstuvieron de hacer hace seis décadas; préstamos e inversiones, aunque vale aclararlo, en términos más bien vagos.
Así, el tiempo, ese decantador implacable, pone en evidencia el fracaso de las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, de alienar a África de Rusia y atraerla a su campo, aunque la batalla persiste.
Fue solo ahora que Washington y las cancillerías de las principales potencias europeas comprendieron en toda su magnitud la importancia de una zona del planeta en la cual residen casi mil 400 millones de seres humanos en su mayoría jóvenes de hasta 25 años.
Un error que le está costando muy caro enmendar con su propuesta inoculación de una epidemia de amnesia continental.
arb/msl