La capacidad de crear obras de arte relacionadas con el deporte mereció –durante un período- un espacio de excelencia dentro de los Juegos, que colocaron en los podios a creadores de diversas ramas.
Así, el arte trascendió el escenario colateral de las lides multidisciplinarias desde Estocolmo 1912 a Londres 1948, e integró a escultores, pintores y escritores al programa competitivo.
Precisamente esa fue una de las ideas primarias del barón Pierre de Coubertin, principal artífice del comienzo de las Olimpiadas modernas en Atenas 1896, quien, además, obtuvo la presea dorada en la categoría de literatura, justo en la primera edición de este proyecto poco ortodoxo.
Los creadores solían escribir sobre hazañas, realizar esculturas relacionadas con el boxeo o preparar proyectos arquitectónicos de estadios, una idea que adoraba el propio Coubertin.
En esta historia sobresale el estadounidense Walter Winans, rey olímpico en tiro en Londres 1908, hazaña que repitió en Estocolmo con su escultura An American Trotter, además de sumar una plata gracias a su buena puntería.
Desde el evento fundacional en la capital griega es común la incorporación o supresión de disciplinas; así quedaron en el olvido, entre otras, el tiro al pichón, la pelota vasca, el ascenso en globo, el lacrosse y trepar la cuerda.
En el caso de las artes perduraron como pruebas hasta la llegada de Avery Brundage a la presidencia del Comité Olímpico Internacional, quien consideraba que la mayoría de los competidores solo buscaban exhibir su trabajo.
Al final, el arte perdió la pelea y quedó relegado a logos, galas y cierre de aperturas, o a festivales colaterales, en tanto los premios que una vez elevaron a los creadores hasta el podio permanecen ajenos a las listas de los medalleros internacionales.
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