Es como si los mexicanos estuvieran de luto y con mal presagio para el resto del cacareado y criticado Mundial de Qatar 2022 que aun así, paralizó este sábado hasta al compulsivo verbo político como si en el lenguaje popular, profesional y hasta de los culturosos, hubiese una sola palabra: fútbol.
Los mexicanos, con un reconocido amor a los colores de su bandera, pintaron todas las ciudades y campiña de verde, el que identifica a la selección nacional, mientras que los confeccionadores de fuegos de artificio hicieron su agosto y agotaron voladores, cohetes y petardos, que no pudieron ser usados.
El gobierno facilitó todo tipo de espacio público los cuales habilitó con gigantes pantallas para que los ciudadanos se sintieran como si estuviesen en las arenas de Qatar, viviendo directamente el crucial partido, como los 80 mil que viajaron a Doha, muchos empeñando hasta los calzones para no perderse lo que estimaban iba a ser un hecho histórico.
El mundial era muy importante, pero dentro de la competencia universal resaltaba para ellos este encuentro con Argentina donde saldría de nuevo un encono deportivo -aunque son pueblos hermanos- con los albilcelestes, motivo de discordias y escarceos en Doha cuando se encontraban en cualquier lugar de ese pedazo del desierto que flota sobre un océano de petróleo.
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Realmente el encuentro se vivió con el frenesí esperado y arrancó en medio de un aumento de las palpitaciones, casi a nivel de infarto, que se fue incrementando en el primer tiempo cuando el balón parecía destinado a no salir de la cancha verde.
Pero eso fue un estímulo para el mezcal y el tequila de apenas poco menos de 30 minutos porque a partir de allí sucedió lo contrario y fue cuando los mexicanos, no muy acostumbrados a sudar la camiseta, comenzaron a empaparla obligado por un juego dinámico y ofensivo de los australes que los mantuvo corriendo todo el tiempo las cuatro esquinas.
Como dice la canción, los mariachis callaron desde el último tercio del primer tiempo y la pesadumbre se fue apoderando lastimosamente de decenas de millones que ya vislumbraban el desastroso final.
Este pesimismo se confirmó cuando de nuevo el inconmensurable Messi pateó con tal fuerza el balón desde atrás que los resortes de Memo Ochoa, con su descomunal salto y largos brazos, fueron insuficientes para detenerlo.
Un gol que en ese mismo segundo pasó a la historia. La angustia la remató Enzo casi en las postrimerías.
México se quedó con un punto y se va al último lugar del Grupo C y con muy difícil ánimo, como a les pasa a los pobres para subir la cuesta de enero.
En los lugares habilitados para la gran fiesta la retirada de la gente fue en silencio, y de grandes muchedumbres en todas las alcaldías de la capital que pensaban concentrarse en la columna de El Ángel de la Independencia, regresaron a sus casas cabizbajo, como los finales de una tragedia griega.
oda/lma