La isla caribeña sufre hoy los embates de una dura crisis económica, acrecentada por la casi paralización durante la etapa más difícil de la pandemia de Covid-19, lo que fue uno de los elementos que empujaron a miles de nacionales a emigrar a Estados Unidos en busca de alivio familiar, siguiendo promesas de ayuda oficial de aquel gobierno.
Quienes añoran el desplome de la Revolución Cubana, bajo el liderazgo de la nación más poderosa del orbe, arrecian la propaganda que usa verdades, medias verdades y mentiras para configurar un discurso que “puede ser cierto o no, pero lo importante es que sea creíble”, repiten sin ruborizarse sus creadores.
Una maquinaria atroz de penetración es actualmente lanzada sobre la nación caribeña, con el fin de exacerbar los ánimos de quienes deben resistir la galopante inflación y la escasez de productos básicos, que el Estado intenta paliar con la distribución de una canasta alimentaria racionada a precios controlados.
Apuestan al abstencionismo desde los centros generadores de la propaganda contraria, mientras culpan de las vicisitudes al actual gobierno cubano, escondiendo o ignorando los efectos del bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos y la alta responsabilidad en la situación actual, incrementada por las medidas de la administración estadounidense anterior.
En medio de esta situación desfavorable, con respeto al modelo democrático, la dirección de Cuba continuó el proceso eleccionario en los períodos que corresponden y llamó a comicios generales para ratificar o renovar al actual Parlamento y las estructuras que se eligen dentro de ese ente.
Como está aprobado en referendo, sigue el método de que la sociedad civil proponga los precandidatos a diputados y la Comisión Electoral componga una propuesta de candidatura sometida al escrutinio y aprobación de las Asambleas Municipales, conformada por delegados quienes recibieron mediante comicios la representación de los ciudadanos de su barrio.
Esos aspirantes a diputados presentan sus candidatura cada uno por una zona del país y a fin de cuentas deben someterse al escrutinio popular en sus áreas que representan, con la característica del voto libre y secreto, sin que nadie esté obligado a ejercer su derecho al sufragio, lo que hace por voluntad propia.
A esa voluntad apunta hoy el golpe principal del ataque de quienes intentan deslegitimar unas elecciones que tildan de antidemocráticas, al tiempo que implícitamente las reconocen como la prueba del apoyo al proceso socialista, contra el cual trabajan para su desgaste.
El voto de castigo por la crisis económica lo ensayaron en las recientes elecciones de delegados y después en el referendo para el Código de las Familias, pero debieron conformarse con una mayoría que asistió a las urnas y legitimó la aprobación con su participación masiva.
Como dirían los cubanos en lenguaje de alarde criollo: “la mesa está servida”; mientras, la puja por convencer o no a los posibles votantes indecisos está en el centro de la propaganda y Cuba apuesta a que el llamado “núcleo duro” muestre sus garras en la firme posición histórica al lado de la Revolución y convenza a su entorno que una vez más se trata de un voto por la supervivencia del proyecto liderado por Fidel Castro.
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