Hace justamente un mes, la selección nacional de fútbol tenía un debut fatídico frente a Arabia Saudita en la cita deportiva y ahora es recibida en su tierra con numerosos homenajes y festejos, tras derrotar a Francia en una final que mantuvo al país en vilo hasta el último minuto.
La celebración más impresionante ocurrió el martes cuando más de cinco millones de personas inundaron el Obelisco capitalino, la avenida 9 de Julio, las autopistas 25 de Mayo y Teniente General Pablo Ricchieri, la plaza de Mayo y la zona de Ezeiza, desde donde partió al mediodía una caravana con los integrantes de la “Scaloneta”.
Ese día, dejaron de funcionar las líneas del metro y los vehículos no pudieron acceder al centro de esta ciudad.
Familias enteras, madres con sus niños en brazos, jóvenes y adultos, llenaron cada rincón del posible recorrido del ómnibus descapotado que trasladaba al cuerpo técnico, los jugadores y su capitán, Lionel Messi, con la Copa en alto.
La multitud, aunque diversa en su máxima expresión, parecía un solo cuerpo, una marea celeste y blanca que cubrió las calles con cantos, bailes, risas, espuma, fernet, banderas y una alegría desbordante.
Muchos subieron a los techos, los semáforos y postes, algunos tomaron el Obelisco o rodearon la Casa Rosada y otros se lanzaron de puentes para caer junto a sus ídolos.
La manifestación alcanzó dimensiones tales que el Ministerio de Seguridad decidió suspender la caravana y llevar al equipo en helicópteros a sobrevolar esta capital.
Aun conociendo la culminación del viaje, miles continuaron en las calles festejando lo soñado por varias generaciones.
No traten de entenderlo, escribió Messi en la red social Instagram y es que aún analistas y medios de prensa intentan explicar lo que ocurrió el 20 de este mes en Buenos Aires.
Citado por el diario Página 12, el sociólogo Esteban Di Paola habla de “un momento extraordinario donde, con una masividad nunca vista, se conjugaron las condiciones del fervor y del sentimiento popular”.
Otros expertos aluden a una explosión pasional, la posibilidad de identificarse con “héroes” que cumplieron un sueño de 36 años y afirmaron siempre que se trataba de un esfuerzo colectivo, en el que participaron todos los argentinos.
Ustedes fueron el jugador número 12, aseveró el director técnico Lionel Scaloni en un mensaje dirigido a los hinchas, y así realmente se sintió.
Según el comentarista Daniel Guiñazú, “ni la consagración fundacional de 1978, que aflojó por unos días la fiereza asesina de la dictadura, ni el legendario Mundial de México 1986, conmovieron tanto a Argentina como el título del mundo logrado el domingo”.
Por su parte, el periodista Gustavo Veiga aconseja estudiar de dónde proviene “la insensata geometría del amor” y enumera factores como una pasión innata, el carisma de la selección campeona y el respeto a la camiseta aprendido de Diego Armando Maradona (1960-2020).
“¿Será que somos así por nuestro afán de protagonismo, un análisis del sujeto solo auditable por psicoanalistas? ¿Por sentirnos partícipes de una fiesta popular y masiva que jamás vivimos? ¿Porque estar en el momento y espacio histórico preciso nos llevará a contarlo con orgullo a nuestros descendientes?”, se cuestiona sin llegar a una respuesta concreta.
Lo cierto es que, como dijo el capitán, resulta inútil buscar una explicación.
En Argentina el fútbol es tradición, fiesta, sufrimiento, pero, sobre todo, vida.
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