Con el lenguaje propio de los barrios marginales de Bogotá, Colombia, el filme de Fabián Hernández resulta una suerte de lección de vida, sobre las diversas formas de asumir el ser hombre en una sociedad que marca pautas heteronormativas de fuerza y violencia, explicó su director en exclusiva a Prensa Latina.
Para dar vida al proyecto hubo un planteamiento de guion y algunas ideas, pero esencialmente «fue un trabajo en construcción, porque aquí el texto funciona como una guía no como una camisa de fuerza, pues me gusta priorizar el proceso de aprendizaje que haya una retroalimentación», acotó el creador.
De visita en la isla caribeña para exhibir la película en salas de La Habana, durante el Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano, el realizador confesó que la cinta fue solo un motivo para llevar un mensaje de diversidad, respeto y tolerancia a las comunidades de su país.
Precisamente el largometraje, incluido en la selección de una quincena de obras provenientes de la nación suramericana, rompe con los esquemas del «macho varón masculino», y ofrece una alternativa para vivir la masculinidad sin agresión.
Para ello centra la narrativa en la vida de Carlos, interpretado por el actor no profesional Dilan Ramírez, cuyas circunstancias existenciales le obligan a asumir el estereotipo de macho, en abierta contradicción con su personalidad, mientras logra reconocer su sensibilidad en el plano íntimo, detalla la sinopsis.
En ese sentido, el director destacó la presencia de la diversidad sexual en la trama de la cinta, a través de la exploración del joven protagonista, quien no es más que el reflejo de una sociedad estigmatizada, temerosa de mostrar fragilidad porque «los hombres no lloran».
Existen roles preestablecidos y hegemónicos en los sectores donde rodamos, «los cuales no son más que una fachada, pura apariencia», apuntó el director, encargado de desmontar toda una ideología del deber ser de un hombre: un parado, un salvaje, un valiente, un duro…
Mediante el guion gestado a partir de las experiencias de los involucrados -personas que crecieron en ese ambiente-, Hernández recrea la realidad de la vida de muchos, «la supervivencia en la calle», las armas de fuego y el crimen.
Al mismo tiempo, apuesta por refrendar los nuevos tipos de masculinidades, condena la violencia y muestra alternativas de desarrollo para las generaciones futuras, como la asumida por el actor protagonista, que ahora imagina un destino diferente, según afirmó.
«Fue una experiencia muy loca y no solo de trabajo, había risa, diversión, me gustó mucho interpretar ese personaje cuya historia me recuerda la mía, con su mamá en la carcel y toda esa imagen de tipos duros que debemos proyectar», dijo.
Igualmente, se refirió a la posibilidad que le brindó el audiovisual de aprender, encontrar la paz interna sin las armas ni la agresividad y dar un «paso más para poder sacar mis proyectos adelante, encontrar la forma de construir una familia normal, ver otras opciones, incluso estudiar actuación «.
Formar parte de este proyecto «fue una experiencia muy bacana porque con ella aprendí que para ser un hombre no necesitas portar un arma, y de tenerla porque es tu derecho, puedes decidir no usarla», afirmó Ramírez, quien encontró en el cine la vía de mostrar un hombre nuevo, lejos de prejuicios y estereotipos.
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