Durante los años 50 del siglo pasado, popularizó un nuevo estilo en el triple salto y llegó romper hasta en cuatro ocasiones el récord del mundo en esa prueba del atletismo.
Nacido en São Paulo en 1927, provenía de una familia pobre y como casi todos los niños en Brasil soñaba con ser futbolista, pero a los 19 años finalmente encaminó sus pasos hacia el atletismo.
Su talento no pasó desapercibido para el alemán Dietrich Gerner, quien lo entrenó durante toda su carrera, y ya en 1948 participó en los Juegos Olímpicos de Londres, donde finalizó octavo con una marca de 14,49 metros
Tras ese salto de “calentamiento”, sin embargo, su gran despegue tomará lugar en la década siguiente, en la que empezó por convertirse en 1950 en el segundo triplista en alcanzar los 16 metros, al igualar el récord fijado casi 15 años antes por el japonés Naoto Tajima en la Olimpiada de Berlín 1936.
En los I Juegos Panamericanos de Buenos Aires 1951, Adhemar se proclamó campeón por delante de su compatriota Hélio da Silva y del argentino Bruno Witthaus, y ese mismo año estableció una nueva plusmarca para la especialidad con 16,01 metros.
Ese récord durará poco, pues en la cita bajo los cinco aros de Helsinki 1952 el “canguro brasileño” —como empezaron a llamarle— sobrepasó los 16 metros en cuatro intentos: en el segundo se estiró hasta 16,12 y en el quinto estampó 16,22, para colgarse el oro por delante del soviético Leonid Shcherbakov y el venezolano Asnoldo Devonish.
Su actuación en la capital finesa fue tan impresionante que llegó a ser jalonado por el público en cada salto, y él agradeció ese apoyo creando la célebre «vuelta olímpica» con que los campeones suelen festejar todavía hoy sus triunfos.
Sin ser un triplista veloz, poco a poco Adhemar había ido refinando una técnica elegante, coordinada y flexible, pese a que su trabajo como empleado público apenas le permitía entrenar en el descanso del almuerzo o al final de la jornada, tras lo cual estudiaba por la noche.
Aun así, su progresión se mantuvo y cuatro años más tarde, en Melbourne 1956, mejoró otra vez la plusmarca olímpica con un salto de 16,35 que lo catapultó de nuevo a la cima del podio.
Aunque el récord del mundo, en realidad, ya lo había renovado un año antes en los Juegos Panamericanos de México 1955, donde coincidió de nuevo con Devonish y en su sexto y último intento sobrevoló 16,56 metros para quebrar el empate a 16,13 que mantenía con el venezolano.
La década mágica de Adhemar todavía tendría otro capítulo dorado en la cita continental de Chicago 1959, en la que retuvo su título panamericano, batiendo con holgura a todos sus rivales, si bien ya no alcanzó los 16 metros.
Su adiós deportivo llegaría en los Juegos Olímpicos de Roma 1960, donde acabó lejos del podio, pero tuvo la satisfacción de ser el abanderado de Brasil y ser aplaudido por la multitud en la grada, que al verlo coreaba “¡Orfeu, Orfeu!» por su actuación en aquella laureada película que resultó muy popular en Italia.
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