Por Adrián Mengana
Los brasileños, con su típico desenfado y alegría desbordante, abrazaron de manera singular la justa para brindarles a los asistentes el cariño y respeto de una afición ávida por disfrutar de una lid que ayudaron a convertirla en un acontecimiento social y deportivo de gran importancia.
La asistencia a los centros de competencia devino en una fiesta de pueblo y estuvo marcado por un interés especial de intercambiar con los atletas para fortalecer la hermandad entre los jóvenes de América y consolidar así el crecimiento de una cita, con solo 12 años de existencia.
Sao Paulo y la urbe canadiense de Winnipeg se disputaron la sede de la cuarta edición del certamen multidisciplinario continental, y la propuesta brasileña finalmente ganó por 18 votos contra cinco, y así la fiesta se vivió en otro idioma anfitrión diferente: se sumó el portugués al español y el inglés.
Naciones como República Dominicana, Nicaragua, Colombia, Costa Rica, Haití y Paraguay no enviaron delegaciones para quedar registrada como la versión con menos deportistas, aunque en organización respondió a las expectativas de la entonces Organización Deportiva Panamericana.
El gobernador del estado de Sao Paulo, Adhemar Ferreira de Barros, supervisó el acondicionamiento de las instalaciones deportivas existentes y construyó una Villa Panamericana de seis edificios, compartida por primera ocasión por las damas, para convertirse en el principal impulsor de los Juegos.
La ceremonia de encendido de la llama empezó en Brasilia, donde indígenas Carajás prendieron el fuego con un ritual similar al de sus ancestros, y aborígenes y glorias del deporte lo condujeron a través de mil 256 kilómetros hasta la ceremonia inaugural en el estadio Pacaembu, colmado por 60 mil personas.
Estados Unidos confirmó su favoritismo en el atletismo al ganaron 22 de los 33 títulos entregados en la competición, aunque no pudieron triunfar en la prueba reina: los 100 metros planos, conquistada por el cubano Enrique Figuerola (10.3 segundos).
El antillano ganaría un año después la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio, para así reafirmarse como uno de los grandes velocistas de esa época.
También irrumpió el foto finish para definir las pruebas de pistas y los organizadores redujeron de tres a dos el número de representantes por país en cada modalidad individual, para evitar lo sucedido en Chicago 1959 cuando Estados Unidos copó casi todos los podios.
El judo, disciplina de origen japonés y con fuerte arraigo en Brasil, irrumpió en las citas panamericanas y la delegación estadounidense subió de nuevo a la cima de la tabla de madallas al superar el centenar de preseas doradas, con amplia diferencia sobre su perseguidor, Brasil, que apenas ganó 15 coronas.
A pesar de mostrar su dominio en el continente, los norteamericanos no llevaron a Sao Paulo a sus mejores deportistas, al menos no muchos de los que brillarían en la Olimpiada de Tokio 1964.
Sin embargo, en el atletismo participaron Ralph Boston (salto longitud), Blaine Lindgren (110 metros con vallas) y Edith McGuire (100 metros planos), estadounidenses ganadores del oro panamericano y de la plata olímpica un año después.
Por Latinoamérica, Cuba recuperó el cetro del béisbol, deporte colectivo en el que no pudieron escalar al podio en las dos últimas ediciones después del título logrado en Buenos Aires 1951.
Para la representación brasileña varias disciplinas de conjunto brindaron momentos de júbilo, con las preseas doradas que alcanzaron en el fútbol —destronaron a Argentina, ganadora en las tres versiones anteriores—, las dos del voleibol (masculino y femenino) y polo acuático.
Además, los púgiles locales dominaron en boxeo, y la mayor de las Antillas obtuvo su primer cetro en este deporte de combate que le proporcionaría numerosos lauros en el futuro.
Los dueños de casa reinaron a su vez en las competencias de velas, mientras que la poderosa delegación estadounidense triunfó en equitación, clavados, baloncesto, esgrima, lucha, levantamiento de pesas y gimnasia, en uno y otro sexo.
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