Por Ariel B. Coya, enviado especial
Corría el 28 de noviembre de 1956 y en Melbourne, Australia, 24 años antes de que la cubana María Caridad Colón se proclamase en Moscú 1980 la primera campeona olímpica de Latinoamérica, Marlene Ahrens, también con la jabalina, iba a ensartar en su quinto intento (50,38 metros) una medalla histórica con la plata de aquella final.
Nacida en Concepción el 27 de julio de 1933, si bien desde joven solía practicar múltiples deportes como gimnasia, vóleibol y hockey en el Club Manquehue, su arribo al atletismo resultó cuando menos curioso.
Un día en que ella y varios amigos se divertían en la playa arrojando piedras al mar, todos se percataron de que podía lanzar mucho más lejos y con mayor precisión que el resto. Y así, sin más, nacía su leyenda.
Hasta 1955 no tuvo una jabalina propia y entrenador, solo los fines de semana. Pero la técnica de sus lanzamientos poseía una excelente mezcla de sincronización, velocidad en el brazo y potencia del torso, con lo cual conquistó dos veces el título de los Juegos Panamericanos.
En 1959, con una marca de 45,38 m superó a las estadounidenses Marjorie Larney (43,65), Amelia Wood (42,96) y Margaret Scholler (39,90) en el Soldier Field de Chicago. Y en Sao Paulo 1963, con 49.93 aventajó a la también norteña Frances Davenport (47,22) y a la brasileña Iris dos Santos (35,51).
Todo parecía indicar que Ahrens estaba lista para buscar de nuevo el podio olímpico en Tokio 1964 —tras haber concluido en el puesto 12 en Roma 1960—, pero su posición se había ido resquebrajando tras la denuncia que hizo contra uno de los jefes del deporte chileno por aquel entonces.
“Paré en seco a un dirigente por lo que hoy sería catalogado como acoso sexual. Fui a hablar con el presidente del Comité Olímpico para estampar mi reclamo, porque dos atletas más habían sido molestadas por esta persona”, relataría la atleta años después.
“En esa reunión me pidieron que me callara, porque si hacía pública la denuncia sería muy grave para el olimpismo. Eso me costó no ir a Tokio, que me suspendieran y me prohibieran apelar”, recordó.
Aun así, su intempestiva salida del atletismo no la llevó a retirarse del deporte. Con 32 años se dedicó al tenis y ganó el Torneo de Chile en dobles mixtos en 1967, hasta que las lesiones de rodilla la forzaron a permutar de nuevo, esta vez a la equitación, disciplina en la que volvió a representar a Chile en unos Panamericanos, en la edición de Mar del Plata 1995, cuando tenía nada menos que 62 años.
Tras su fallecimiento en 2020 debido a una insuficiencia cardiaca, el Centro de Entrenamiento Olímpico de Ñuñoa—que acogerá las competencias de bádminton y tenis de mesa durante los Juegos de Santiago 2023— fue rebautizado con su nombre.
Así honran a quien todavía hoy sigue siendo la única mujer medallista olímpica de Chile y la única jabalinista en lograrlo por Latinoamérica, junto con las cubanas María Caridad Colón y Osleidys Menéndez.
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