Venían de capa caída las boricuas tras perder sorpresivamente su partido inicial dentro grupo A con las anfitrionas chilenas (86-60) y el comienzo ante las cubanas tampoco fue mejor.
A los 80 segundos de iniciado el encuentro, el entrenador Gerardo Batista debió pedir “tiempo fuera” porque sus alumnas no encestaban y las rivales asediaban en tromba su aro.
El primer cuarto lo acabaron perdiendo las puertorriqueñas 26-10 y al término del segundo marchaban 42-27 debajo, aunque desde el banquillo sus compañeras no cesaban de corear clásico “dee-fense, dee-fense” popularizado en la NBA.
Parecía que el destino de Puerto Rico en Santiago 2023 estaba sellado, pero entonces aparecieron los duendes.
Aparecieron encarnados especialmente en el cuerpo menudo de una jugadora de 37 años y apenas un metro y 65 centímetros de estatura: la número cinco, capitana y armadora Pamela Rosado, que se multiplicó por toda la cancha.
Entre ella (con 20 puntos, 4/9 en triples), Tayra Meléndez (siete asistencias) e Isalys Quiñones (nueve rebotes) prendieron la mecha de una rebelión que se antojaba imposible.
Al comenzar el último cuarto el marcador señalaba 59-47 a favor de las cubanas, pero faltando un minuto exacto de juego se había igualado 68-68. Entonces los duendes obraron un milagro más y Rosado, la pequeña convertida en gigante, repartió una asistencia más para la estocada definitiva.
Las boricuas terminaban ganando 72-69, mientras varias banderas de Puerto Rico —muy similar a la de Cuba— ondeaba frenéticamente en las tribunas del Polideportivo 1.
“Sabíamos que sí perdíamos quedábamos fuera de las semifinales. Teníamos que sacar el partido sí o sí”, declaró luego la capitana Rosado a Prensa Latina al transitar por la zona mixta.
Y añadió que “Cuba entró bien fuerte, pero notamos que se empezaron a cansar y a nosotras todavía nos quedaba un poquito más de aire”.
“Defender, defender, defender, fue la clave. Cuba tiene jugadoras más altas que nosotras, así que la clave era esa y también tratar de sacarlas de la pintura, hacer que tiraran desde fuera donde no son tan anotadoras”, explicó la medallista de bronce en Lima 2019 que en la capital chilena sueña con ganar otra medalla panamericana.
Cuando salió a dialogar primero con los periodistas de su país, por cierto, Rosado traía lágrimas en el rostro. “Esta victoria va para mi mamá —dijo con la voz rota— , que la tengo en el hospital y todo es para ella”.
Mañana cuando Puerto Rico salga a la cancha para medirse a las argentinas, seguramente intentará que los duendes la ayuden a dedicarle otro triunfo.
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