Por Ariel B. Coya, enviado especial
Así lo demostró en los Juegos Panamericanos de Indianápolis 1987, en Estados Unidos, en los cuales la esbeltísima ondina —1.96 m de estatura— bailó literalmente en casa del trompo y ganó más medallas que nadie, con un total de ocho (3-3-2).
Menos de dos décadas antes, Sylvia llegó por azar a Costa Rica y también a la natación. Un terremoto —telúrico y político— hizo que sus padres se mudaran de Nicaragua al país vecino y que allí empezara a acudir a un centro deportivo cercano, donde conoció a Francisco “Chico” Rivas, el entrenador de la primera estrella de la natación costarricense, María Milagro París.
Nada de lo que vino después, sin embargo, fue fruto de la casualidad, sino de la dedicación y el esfuerzo, mentalidad que le inculcó siempre su madre y que ella adaptó a su rutina. Cada día se levantaba a las tres de la mañana y nadaba seis kilómetros antes de ir al colegio.
De ese modo, en agosto de 1987, aún sin cumplir los 17 años, Sylvia estaba lista para el reto. Hasta ese momento nadie, desde las argentinas Ana María Schultz y Dorotea Turnbull en los primeros Juegos de Buenos Aires 1951, había logrado hacerle frente a la hegemonía incontestable de las nadadoras estadounidenses y canadienses.
Sin embargo, un año antes en los Centroamericanos y del Caribe en República Dominicana, ya ella había dado el aviso, ganando 10 títulos. Y entonces, como por arte de magia, una tras otra, comenzaron a llover sus medallas en el Natatorium de la Universidad de Indiana.
El domingo 9 de agosto batió en la final de los 100 metros estilo libre a Sara Linke y Jenny Thompson, el lunes 10 en los 200 a Whitney Hedgepeth y Linke de nuevo, y el martes 11 se coronó en los 100 metros espalda por delante de Holly Green y Michelle Donahue.
Por si fuera poco, a esos tres oros en los primeros tres días sumó el sábado 15 las preseas plateadas de los 50 metros estilo libre y 200 espalda, pruebas en las que “empujó” a Jenny Thompson y Katie Welch, respectivamente, a romper los récords de los Juegos para superarla.
Y aun tuvo tiempo de colgarse en el camino otras tres preseas en los relevos, con el subtítulo del 4×200 libre y los bronces de los 4×100 libre y combinados.
Una gesta impresionante y también un preámbulo hermoso de lo que sería su consagración olímpica en Seúl 1988, cita en la que conquistó la primera presea bajo los cinco aros de su país y de toda Centroamérica.
Tres años más tarde, en La Habana 1991, Sylvia Poll levantaría su cuarto título panamericano en el evento de los 100 metros espalda, antes de retirarse definitivamente del deporte activo en 1994.
Tenía entonces 24 años, y tras de sí quedaba una estela de 290 récords y más de 600 medallas y 90 trofeos, muchos de los cuales donó por las escuelas de Costa Rica para incentivar a los niños y convencerlos de que el esfuerzo tiene recompensa.
Elegida dos veces durante su carrera como la atleta femenina más sobresaliente de América Latina y el Caribe en la encuesta anual de Prensa Latina, Sylvia Poll también dejó una heredera formidable: su hermana Claudia, dos años menor que ella, siguiendo sus pasos ganó tres preseas olímpicas y ocho mundiales. Como dirían los ticos, ¡Pura vida!
jcm/abc