Las preseas de este evento en particular, cuyo diseño fue dado a conocer a mitad del mes pasado por el Instituto Nacional de los Deportes de El Salvador tienen nueve centímetros de diámetro y ocho milímetros de espesor, y un peso de 170 gramos.
Según indicó en ese momento el presidente de dicha entidad, Yamil Bukele, se trata de distinciones en dos dimensiones, de bronce, fundidas en zamak (una aleación de zinc, aluminio, magnesio y cobre), y grabadas en ambas caras con bronce, níquel y cobre antique.
Junto a la inscripción en la que se lee “San Salvador 2023, XXIV Juegos Centroamericanos y del Caribe” aparecen también siete estrellas que forman un círculo, las mismas que están incorporadas con colores en el logo del certamen.
En enero último, al referirse al empleo de este recurso en el diseño visual de los Juegos, Bukele explicó que representan el constante movimiento, la evolución y el proceso de transformación que viven los salvadoreños.
“Las estrellas han guiado a la humanidad desde sus orígenes y se han convertido en un símbolo que representa armonía, prosperidad y gloria”, manifestó entonces.
Cada vez que un atleta se enfrenta a un desafío competitivo, su mirada está puesta precisamente en quedar entre las tres figuras más destacadas, subir al podio de premiaciones y ver en su cuello alguno de esos metales que resumen el esfuerzo de meses, años, incluso de vidas enteras entregadas al deporte.
En total, esta cita deportiva otorgará mil 434 preseas, de ellas 447 correspondientes a oro y plata, y 540 a bronce, para premiar a los competidores de mejores resultados en cada una de las 53 disciplinas en disputa.
Una vez que termine la última prueba, cuando se apaguen las luces de las instalaciones deportivas, termine el hormiguero que se vive por estos días en la capital salvadoreña y los participantes regresen a sus lugares de origen, esos afortunados podrán llevar con ellos tan significativos símbolos.
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